Preocupados por la profunda crisis económica que embarga a Venezuela, un grupo de académicos e investigadores venezolanos dedicados al campo de estudio de las ciencias económicas, nos hemos sentido en la obligación de ofrecer ciertas impresiones orientadoras, de inobjetable pertinencia, que pueden ayudar a esclarecer las razones por las cuales el contexto en que se desenvuelve la economía venezolana es calificado hoy día, por los mercados financieros internacionales, como uno de los más riesgosos del mundo.
Desde inicios del año 2013 Venezuela viene mostrando los signos de una crisis económica estructural y profunda que se ha desarrollado como resultado de un conjunto de decisiones de política dirigidas a destruir el orden económico interno y las leyes más elementales por las que se rige una economía moderna. Estas decisiones de política pública, al ser vaciadas de todo contenido racional, dejaron a la economía venezolana en una condición de extrema vulnerabilidad que se ha expresado en descomunales desequilibrios macroeconómicos. Así, la oferta efectiva de bienes y servicios ha terminado siendo afectada por los prolongados y exacerbados controles, intervenciones a la propiedad y distorsiones regulatorias, haciendo al país más dependiente de las importaciones; el creciente desbalance externo se ha traducido en un severo racionamiento de divisas y en una merma, cuando no paralización, de las actividades productivas; un cuadro crónicamente deficitario en las finanzas públicas se ha traducido en una exorbitante elevación de la deuda pública interna y externa a niveles no sostenibles; y los mercados monetarios y financieros han permanecido alterados por la falta de conducción precisa de las políticas macroeconómicas.
Una economía expuesta a tales desequilibrios, inevitablemente termina experimentando una implosión, con cada vez más elevadas tasas de inflación, con severos problemas de producción y abastecimiento, y con un deterioro generalizado en la calidad y cantidad de los bienes y servicios públicos, contribuyendo todo ello a una significativa merma en el nivel de vida de sus habitantes.
Por paradójico que pueda parecer, la crisis se desarrolló en el contexto de una prolongada bonanza en los ingresos petroleros, como nunca se había experimentado en la historia conocida del país. Esto pone en evidencia los serios problemas institucionales que ha tenido el país en el manejo de la extraordinaria “renta” de origen petrolero. A la postre, la economía venezolana tampoco pudo transcender su delicada dependencia del petróleo y quedó presa, como nunca antes, de los recursos externos y fiscales que provenían de las ventas de crudo en el mercado petrolero internacional.
Todos estos desequilibrios y problemas no han hecho más que agravarse a partir del segundo semestre de 2014, cuando los precios petroleros se derrumbaron en los mercados internacionales. La súbita caída en los ingresos externos tomó al país en las peores condiciones internas y externas: un sector productivo devastado y sin fortalezas, una industria petrolera en franco deterioro, y un país sin reservas internacionales operativas para poder contrarrestar el choque adverso en los precios petroleros. En contraste, otras economías dependientes del petróleo han podido enfrentar el choque de precios y minimizar sus efectos, por estar preparadas para ésta contingencia.
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