La historia, cíclica como ella sola, devolvió a un histórico Liverpool a su milagro de Estambul y rememoró las pesadillas del Barcelona, que volvió a visitar Roma un año después y que quedó eliminado de la Liga de Campeones en un naufragio para la posteridad.
Una ola en forma de ‘”Yu’ll Never Walk Alone” recibió al cuadro azulgrana en Anfield. Esa fue la parte amable. La realidad a la que venían fueron los pitidos ensordecedores que les despertaron al sacar de centro. Una tormenta que avisó al Barcelona y que les comprimió los músculos y les metió el miedo de 54.000 gargantas en el cuerpo. Cuando Jordi Alba perdió el balón que desembocó en el gol de Origi, no se sintió como algo extraño.
Parecía la parte escrita de un guión preparado de antemano en Anfield. Un Liverpool al que le daba igual no tener a Mohamed Salah y Roberto Firmino, porque Origi y Shaqiri tomaban sus papeles entonados por la grada. Muy por encima de su nivel real quizás, muy al nivel del escenario.
Compugido y asustado y siempre con Roma en la mente, el Barcelona salió de la cueva, con un Messi buscado continuamente, para encontrarse con Alisson. El guión marcaba que la magia tenía que durar más, que el hechizo no se podía quebrar aún.
Por eso varios disparos de Messi desde la frontal se perdieron más allá de la madera británica. Por eso cada córner suponía que todo Anfield se pusiera de pie. Los amigos ya no existían y Suárez era increpado con cánticos de “Que te den” y tildándole de tramposo.
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