Cuando Vladimir Putin fue nombrado primer ministro, muchos pensaban que el desconocido jefe de la KGB continuaría las reformas democráticas tras la caída de la Unión Soviética. Pero desde entonces, impuso su poder unipersonal y veinte años más tarde, parece decidido a conservarlo.

Estas últimas semanas, la negativa de las autoridades a dejar que la oposición se presente en las municipales de varias grandes ciudades rusas, entre ellas Moscú, así como la dura represión policial y judicial del movimiento de protesta que siguió, dejan pocas dudas, y eso a pesar de que la Constitución no le permite presentarse a un nuevo mandato en 2024.

La historia comenzó el 9 de agosto de 1999 cuando Borís Yeltsin anunció que nombraba al director del FSB, heredero de la KGB soviética, al frente del gobierno. Los analistas veían en él a un representante de los servicios de inteligencia capaz de poner fin a la inestabilidad política y a la revuelta en el Cáucaso.

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