Durante la maratónica deliberación, el Senado se pronunció a favor de su destitución y muy pocos en contra; y, aunque la presidenta aseguró que lucharía por su mandato con uñas y dientes, el ambiente en Brasilia era de despedida. El anticipo el fin de una era.

La impresionante Plaza de los Tres Poderes en Brasilia, que reúne tres edificios diseñados por Oscar Niemeyer -el Palacio de Planalto (sede del Ejecutivo), el Congreso y la Corte Suprema-, estaba completamente vacía, rodeada por una valla policial que impidía el acceso.

Las avenidas estaban silenciosas, y el asfalto resplandecía ante las altas temperaturas de Brasilia. Aparte de la policía que custodiaba los recintos, tan solo un puñado de personas deambulaban en las afueras de los inmensos edificios modernistas.

Ayer, Rousseff ya había retirado objetos personales de su despacho, dijo un responsable de la presidencia a la AFP. El informante añadió que la presidenta se debatía entre retirarse de Planalto (la Casa Presidencial) de la manera más discreta posible o con la actitud guerrera que siempre la ha caracterizado, rodeada de simpatizantes.

Dentro del Congreso, el ambiente era de frenesí: los senadores exponían sus argumentos en favor y en contra de la destitución de Rousseff, así como en el hemiciclo y en los pasillos.

 

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