A partir de finales del siglo pasado, Moby se convirtió en uno de los artistas más populares de la escena internacional. Su combinación de música electrónica con guitarras, actitud punk y estribillos brillantes y pegadizos convirtió a ‘Play’, su sugerente y ambicioso disco de 1999, en uno de los mayores éxitos del momento, llegando a despachar más de diez millones de copias en todo el mundo.
Pero el que lo había llevado hasta allí no había sido precisamente un camino de rosas. Richard Melville Hall, nacido en Nueva York en septiembre de 1965, lo pasó muy bien y muy mal en los diez años anteriores. Criado bajo los principios de la más estricta moral cristiana, confuso y asustado en un mundo marcado por el consumo de drogas sintéticas y de alcohol, por la violencia y el sexo, en 1989 Moby emprendió en precario una carrera musical que parecía condenada al fracaso –”pensé que nadie querría escuchar mi música jamás”–, tuvo novias formales y relaciones esporádicas, renunció al alcohol y luego se entregó a él con el mayor de los entusiasmos, tuvo alegrías y decepciones… “La historia de un ser humano”, concluye él mismo. “No sé si es una historia triste o alegre; supongo que tiene un poco de todo, porque en realidad es una historia sobre lo extraño y misterioso de haber nacido, de crecer, de ser una persona”.
Terapéutico
Ahora, el músico ha publicado ‘Poircelain: mis memorias’. Para Moby, echar la vista atrás y escribir sobre ese periodo particularmente intenso de su vida ha sido terapéutico: “He tenido muchas sensaciones diferentes al escribir, y lo que más me ha llamado la atención es que me ha permitido acercarme a mi propia vida con cierta distancia, lo que resulta un poco paradójico. Cuando trasladaba mis recuerdos al papel me parecía que estaba hablando en realidad de otra persona, como si estuviera hablando de mi hijo o de mi hermano pequeño. La escritura del libro me ha permitido descubrir cosas sobre las que no había reflexionado demasiado, cosas que me han resultado casi nuevas y en cierto modo sorprendentes”.