Johan Cruyff, uno de los mejores futbolistas de la historia, murió hoy a los 68 años víctima de un cáncer de pulmón, contra el que luchaba desde hacía varios meses, según anunciaron en su cuenta oficial de Twitter. “Sí, tengo cáncer. Al principio te sorprendes mucho, peso es un hecho, así que tengo que afrontarlo con toda la serenidad y fortaleza posible”, había anunciado el holandés en octubre de 2015. Así, comenzó un largo tratamiento y se alejo de la escena pública. Su lucha terminó en las últimas horas en Barcelona, ciudad en la que estaba radicaba su familia y que también se convirtió en su segundo hogar. Así había anunciado su enfermedad:
Un revolucionario
Mente brillante, jugador único y entrenador revolucionario, Johan Cruyff fue un icono que transformó el fútbol gracias a una vida dedicada a la pelota, concebida siempre como un instrumento al servicio de la estética.
El cáncer acabó hoy con la vida del Flaco, un hombre que nunca dejó indiferente a nadie por su talento y su espíritu libre. A los 68 años se fue una leyenda mucho más grande que la de un simple deportista que consagró su vida al fútbol y a su parte más artística e innovadora.
La influencia del holandés en el deporte más popular del mundo sigue vigente hoy en día con el Barcelona, cuyo estilo de juego es el fruto de las bases que sentó el Cruyff entrenador en la década de los 90.
Nacido el 25 de abril de 1947 en Linnaeusstraat, un barrio de las afueras de Ámsterdam, creció a poco más de medio kilómetro del campo del Ajax. Fue como si su destino estuviera ya dibujado desde su nacimiento.
Con sólo diez años entró en las categorías inferiores del club holandés y con 17 debutó en un partido oficial con su querido escudo. A partir de ahí su ascenso a la elite fue imparable durante los diez años que estuvo en el Ajax.
Él fue el abanderado de la llamada “escuela holandesa”, encargada de revolucionar el fútbol contemporáneo con su fútbol dinámico, su despliegue físico, su capacidad para generar sorpresas en el enemigo y su preciosista calidad técnica.
En 1973, el Ajax negoció con el Real Madrid su traspaso y Cruyff se reveló. Quiso ir al Barcelona y tras múltiples discusiones y gritos con sus dirigentes acabó imponiendo su deseo. Firmó por el equipo azulgrana y lo llevó a su primer título de la Liga española en 14 años.
Al final de esa temporada, en 1974, participó en el Mundial de Alemania, un torneo que quedó para la historia. Es la única Copa del mundo en la que se recuerda más al equipo que perdió la final que al campeón, Alemania. Aquel fue el torneo de la llamada Naranja Mecánica, un equipo de enorme belleza y sensación de modernidad.
En 1979 inició el tramo final de su carrera vistiendo diferentes camisetas: Los Angeles Aztecs, Washington Diplomats, Levante, Ajax y, no sin polémica, Feyenoord, donde terminó sus días de jugador en 1984.
Lo que nadie pensaba es que un año después comenzaría una carrera como entrenador que estaría, como mínimo, a la altura de la desarrollada como futbolista. Y eso no es poco cuando se sitúa al holandés en un grupo de jugadores selectos junto a Alfredo di Stéfano, Pelé y, ya posteriormente, Diego Armando Maradona.
Cruyff comenzó en el Ajax su carrera como DT y en 1988 firmó como técnico del Barcelona. Allí inició una auténtica revolución, sentando las bases de lo que es hoy el equipo azulgrana, un conjunto reconocible por su juego, siempre alrededor del balón.
“Si nosotros tenemos la pelota, ellos no pueden marcar”, fue su filosofía, tan compleja dentro de su propia simplicidad. El holandés llevaría al Barcelona hacia la conquista de su primera Copa de Europa, en 1992. “Salid y disfrutad”, fue todo lo que le dijo a sus jugadores antes de ganar a la Sampdoria por 1-0 con un gol del también holandés Ronald Koeman.