Quienes vivimos desde el interior de la Coordinadora Democrática el descomunal fraude del 15 de agosto de 2004, que abrió los portones de Venezuela a la más dolorosa y monumental de sus tragedias, difícilmente podíamos aceptar un hecho de fatales consecuencias: Chávez había montado un sofisticado sistema electoral electrónico basado en el engaño y desconocimiento de la voluntad popular y montado en esa maquinaria, podría entronizar un régimen dictatorial neo fascista, que le permitiría reelegirse él y reelegir a los suyos según su suprema voluntad. Montaría de esa guisa la primera dictadura totalitaria perfectamente disfrazada de democracia directa en la turbulenta historia de las dictaduras de América Latina. Aunque necesitaría de dos ingredientes irremplazables: la tolerancia de la comunidad internacional y la complicidad de las élites políticas heredadas de la Cuarta República o nacidas bajo el seno del régimen y prontas a pasar bajo las horcas caudinas de Tibisay Lucena y Jorge Rodríguez.

Entre el 2004 y el 2013, fecha de su muerte acaecida en La Habana, pudo disfrutar de ambos respaldos. Y legarle a su heredero y sucesor, Nicolás Maduro, la claves maravillosa de dicha maquinaria electrónica. La gallina de los huevos de oro. Respaldado por los dos secretarios generales de la OEA – César Gaviria y José Miguel Insulza – y los sucesivos gobiernos regionales coordinados por la Habana mediante el Foro de Sao Paulo, se convirtió en el campeón electoral de América Latina. Bajo la fórmula maravillosa de la legitimidad de origen, pudo burlarse cuanto quiso de la tristemente célebre “legitimidad de desempeño”. La fastuosa renta petrolera le permitió comprarse la voluntad y aquiescencia de todos los poderes, gobiernos, parlamentos y personalidades internacionales necesarios, desde el ex presidente Jimmy Carter y su Fundación Carter, generosamente aceitada, a primas donas de Hollywood como Sean Penn, Danny Glober y Oliver Stone, a los organismos creados ad hoc – UNASUR, ALBA – para legitimarle el régimen autocrático y dictatorial que fue montando con la clásica habilidad hitleriana: desmontando tuercas y pernos del andamiaje que sostenía al sistema de dominación liberal democrático a vista y paciencia de sus víctimas para montar un régimen dictatorial plebiscitario. La renta petrolera no sólo le permitió corromper a la región y poner aliados o alimentar hambrientos y corruptos gobernantes en la cumbre de las naciones hermanas – Kirchner en Argentina, Lula en Brasil, Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador, Daniel Ortega en Uruguay, José Manuel Zelaya en Honduras, sin hablar de las republiquetas caribeñas postradas a sus pies a cambio de la limosna petrolera -: le permitió mantener contenta a la población de más bajos recursos, satisfacer la voracidad de la burguesía mercantilista, pudrir los altos mandos militares, comprarse todos los medios y cerrar el círculo de la dominación.

Jamás ocultó su propósito de montar una tiranía idéntica a la castrocomunista: proclamó urbi et orbi estar conduciendo el país hacia la isla de la felicidad cubana desde el comienzo mismo de su mandato. Sin provocar el menor escándalo en una oposición de utilería. Y aclamó su delirante y enfebrecido amor por el comandante supremo con términos que, leídos hoy, provocan náuseas: “Navegamos el Carrao. No sé que tiene Fidel en el dedo, que metió el dedo en el agua desde la curiara lo sacó y me dijo dieciséis grado, un termómetro, y calculó a pepa de ojo, la altura de un Tepuy que estaba, y dijo ese Tepuy esta a tres mil quinientos metros y la altura debe ser de ochocientos y parece que no se equivocó. Calculó la profundidad exacta por el Caroni, una vez que sale del Guri y como es que éste echa agua y alimenta a esta otra represa, cual es la potencia que se disminuye, etc.” Datos que cualquier allegado puede encontrar en las guías turísticas de cualesquiera de los hoteles de la región. Ante tanta y tan obscena, escandalosa y dudosa entrega, Fidel comenzó de inmediato a calcular cuánto cobraría por efecto del terremoto sentimental que sus poderes de seducción causaban en su delirante discípulo: “Anoche, hasta las cuatro de la mañana, estaba calculando cuanto costará un televisor para cada aula de cada escuela cubana, para que todos los niños tengan acceso a estos servicios elementales y ¿cuantos maestros Cuba va a tener? y ¿cuanto habrá que pagarles? A cada uno. Todo eso lo calculábamos, bueno él.” Para Venezuela, nada. De ese tórrido romance salió el cálculo redondeado: cinco mil millones de dólares anuales – “ni un centavo más”, agregó Fidel “que la gente se acostumbra y aburguesa”. Y cien mil barriles diarios de petróleo. Si hubiera pedido diez o quince mil millones de dólares, Chávez se los hubiera dado encantado. Ninguna razón para no dudar que tras de esas palabras y esos besos que le lanzaba al Iluschin en el que Castro salía de la rampa cuatro, latían deseos indecentes dignos del Oráculo del Guerrero, su lectura de cabecera favorita. Boris Izaguirre dixit.
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Por ese entonces, los descuartizados partidos del viejo sistema político no terminaban de levantar cabeza. AD, eje hegemónico y vertebral del viejo sistema, como lo reconoce su máximo líder a quien quiera preguntárselo, era, literalmente, un basural abandonado. Hubo que poner en alquiler su mejor anexo para saldar las monstruosas cuentas de teléfono y poder disponer de un medio con que comunicarse con las otras tribus en desbandada. Copei no se recuperaría jamás. De todas esas ruinas surgirían mini reproducciones de los modelos colapsados e irreparablemente aniquilados, algunos retocados y mejorados, como Primero Justicia. Pero antes de que pudieran observar el panorama desde sus reconstruidas casamatas, el régimen había adquirido dimensiones monstruosas. El cáncer había hecho metástasis y Venezuela era una dictadura castrocomunista sin compón. Si Chávez no se muere, aún sin los milagrosos ingresos petroleros, seguiría mandando. La mortal enfermedad del caudillismo populista carcomió la médula espinal de la otrora orgullosa y liberadora provincia liberal y democrática. Todas las instituciones habían sido invadidas y copadas por el chavismo. Las fuerzas armadas – las mismas que persiguieran, aniquilaran y humillaran a las invasoras guerrillas castrocomunistas cubanas dirigidas por Ulises Rosales del Toro, Tomás Menendez “Tomásevich” y Arnaldo Ochoa Sánchez, entre otros – entre los años 1966 y 1968 – habían terminado convertidas en guarida de hampones y narcotraficantes sin Dios ni Ley. Salvo los pozos petroleros, esquilmados, exangües y destrozados, a fines del 2013 comienzos del 2014 Venezuela no valía un centavo. Se había cumplido a la letra la pesadilla anunciada de Uslar Pietri – una manada de bárbaros primitivos y salvajes chupando hambrientos de las ubres de una vaca horra – y el sueño de Fidel Castro – humillar la Venezuela heroica hasta convertirla en un estropajo – estaba a punto de cumplirse.
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El secreto instrumento de esa degradación a los infiernos no fue otro que una oposición pusilánime, obsecuente e incapaz de asumir la lucha contra la dictadura por todos los medios que le concede la Constitución – particularmente los artículos 333 y 350 – dispuesta a cobijarse en el primer resquicio que le ofreciera el régimen para capear el temporal, en la no oculta esperanza de esperar a la definitiva extenuación de la dictadura para recibir sus despojos como premio a su paciencia. Negándose a reconocer que esa recompensa era completamente ilusoria pues esa degradación no era solamente el producto de la monumental y feérica incompetencia de los herederos del fallecido caudillo, un Deus ex Machina irreemplazable, sino que le era perfectamente útil a la tiranía castrocomunista perseguida por el chavismo desde su mismo nacimiento y a cuyo cumplimiento fuera comisionado por Fidel y Raúl Castro en medio de la agonía del caudillo. Sobre esas ruinas, así argumentaban y continúan argumentando los sátrapas y cipayos que nos desgobiernan, podría construirse la sociedad perfecta: Cuba versión número 2. Se lo dijo con esas mismas palabras el entonces ministro de Planificación Jorge Giordani al presidente de PDVSA, general Guaicaipuro Lameda al comienzo mismo del gobierno de Hugo Chávez.
Controlar electoralmente al país, acomodar a una oposición obsecuente, discutidora y leguleya en una sección del sistema de dominación – como hicieran las dictaduras satélites de la Unión Soviética -, mantener un organigrama electoral de estricto cumplimiento que, además de disfrazar la dictadura de democracia, permitiera drenar el descontento y mantener permanente ocupados a los partidos opositores y perseguir y encarcelar a los disidentes que se negaran a pasar por el aro del régimen: ese fue el modelo estratégico de dominación mantenido y legado a Nicolás Maduro antes de su muerte por el mismo Hugo Chávez. Se le cruzaron en el camino tres imponderables que echaron por tierra ese proyecto y provocaron la feroz crisis humanitaria y de dominación que hoy sufrimos y nos tiene al borde de una insurrección popular de incalculables consecuencias: se derrumbaron los precios del petróleo, Leopoldo López se desmarcó de la MUD para liderar una auténtica insurrección popular que sacudió el régimen hasta sus cimientos y desnudó ante el mundo su naturaleza dictatorial, criminal y totalitaria, viéndose el régimen obligado, finalmente, a llenar sus mazmorras con perseguidos políticos, incluyendo al mismo Leopoldo López y Antonio Ledezma. Las fuerzas represivas militares y paramilitares – como ya es sistema – asesinaron medio centenar de jóvenes en el curso de las protestas del año 2014 y la Iglesia terminó por situarse junto a los sectores más duros e intraficables de la oposición, montando un auténtico muro de contención espiritual contra la tiranía.
Uno de los resultados residuales de la conmoción y toma de conciencia nacional provocada por la llamada SALIDA, fue la imposición de elecciones regionales en diciembre del 2014, cuyos resultados el régimen y sus fuerzas armadas se vieron en la obligación de aceptar: la obtención de la mayoría absoluta por los candidatos de los partidos opositores y la inmediata conformación de un espurio e inconstitucional Tribunal Supremo de Justicia con la misión de convertir a la Asamblea Nacional en un artilugio de utilería, hasta pretender anularlo, pasándole todas sus atribuciones directamente a Nicolás Maduro. El clásico golpe de Estado institucional contra la constitución, que conmoviera a la opinión pública internacional.
Pero todo ello tuvo lugar en medio de la emergencia de un inesperado protagonista en el campo internacional: el uruguayo Luis Almagro asumió la Secretaría General de la OEA, con el claro y definido propósito de restablecer la vigencia de la Carta Democrática y oponerse frontalmente a los desafueros dictatoriales del gobierno venezolano. Acompañado en su labor por otro cambio de consecuencias telúricas: la caída de los gobiernos del Foro de Sao Paulo, particularmente de Argentina y Brasil, el ascenso al poder del Perú de un demócrata de corte liberal y el sacudón que parece arropar a toda la región. Un ciclo, abierto con el golpe de Estado de Hugo Chávez en 1992 y consolidado con la conquista electoral del gobierno de Venezuela, llegaba a su fin. Esta vez no eran los demócratas venezolanos quienes estaban solos. Era el régimen.
Este año 2017 se ha abierto con el resurgimiento del protagonismo popular y democrático de las masas venezolanas, que plenamente consciente de la naturaleza dictatorial del sistema y de su repertorio de trampas y celadas electorales se niega a volver a someterse a las horcas caudinas del CNE, ha decidido asumir directamente la conducción de las luchas de liberación y exigir el desalojo inmediato de la dictadura, la liberación de los presos políticos y el inicio de la transición hacia la democracia del Siglo XXI.
Estamos a un paso de lograrlo. Jamás las circunstancias fueron más positivas y favorables al desalojo de la dictadura y la causa de la Libertad. Huérfano de todo respaldo y carente de medios como para aumentar aún más la represión y hundirnos en un baño de sangre, situado entre la espada y la pared, el régimen vuelve a asomar las ofertas de diálogo y promesas electorales. Pero esta vez no cuenta con su poder de encantamiento. ¿Logrará arrastrar una vez más a los corruptos sectores proto chavistas que lo han auxiliado en el pasado, como Henry Falcón, Manuel Rosales y sus esbirros tipo Timoteo Zambrano? ¿Tendrán Henry Ramos Allup, Julio Borges y Freddy Guevara la grandeza histórica de respaldar los afanes libertarios de nuestro pueblo en rebeldía? ¿Traicionarán la causa de Venezuela?
Es la pregunta que domina el escenario nacional. Analizar las profundas divergencias tácticas y estratégicas que se revuelven en su seno y debieran ser resueltas para asumir la política correcta – desalojo y elecciones generales – será el motivo de nuestra segunda parte.

Elecciones regionales, la gran traición (2)

El segundo 19 de abril histórico de nuestra vida republicana. La segunda Independencia. La gran gesta liberadora del Siglo XXI. Dios está con nosotros. La verdad y la justicia nos avalan.

Antonio Sánchez García @sangarccs

A Nitu Pérez Osuna @nituperez

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El 14 de abril recién pasado el periodista Antonio María Delgado – adelgado@elnuevoherald.com – publicó en el Miami Herald que “sacudido por la creciente presión social, el régimen de Nicolás Maduro está ofreciendo una tregua a la oposición venezolana, en un pacto secreto que incluiría permitir la realización de las elecciones regionales este año a cambio de que sus adversarios enfríen las protestas en la calle y dejen de acusarle de propinar un autogolpe.”

Además de ser un periodista extraordinariamente bien informado y a quien no cabe reprocharle intereses particulares en lo que acontece en Venezuela, la afirmación de Antonio María Delgado ni carece de fundamentos ni sorprende a quienes venimos protagonizando, analizando y opinando desde hace dieciocho años sobre los mecanismos de dominación del asalto al Poder por el golpismo militar y caudillesco venezolano y le grave división que afecta a la oposición venezolana, responsable de la carencia de una adecuada estrategia para enfrentar al que su inmensa mayoría no ha considerado más que como un mal gobierno y frente al cual prácticamente la unanimidad de sus miembros consideran perfectamente superable mediante elecciones que vayan disputándole “sus espacios”, paso a paso y metro a metro, hasta lograr el desiderátum de sus copamientos y el natural, pacífico y constitucional desalojo del régimen.

Aquellos que han prevenido respecto de la naturaleza no sólo dictatorial, sino tendencialmente totalitaria del proceso incoado por el golpismo venezolano desde el 4 de febrero de 1992 y más específicamente desde la conquista del gobierno por Hugo Chávez en 1998, resaltando su impermeabilidad a las presiones democráticas y su disposición a entronizarse en el Poder a la manera castrocomunista imperante en Cuba, han constituido una ínfima minoría, menospreciada y vilipendiada a saco por los políticos, comunicadores, asesores e ideólogos de los principales partidos del sistema y carecieron de poder en todos los partidos del nuevo sistema de dominación. Todos los partidos opositores, integrados primero en la Coordinadora Democrática y luego en la Mesa de Unidad Democrática, se han negado durante todos estos años a reconocer la naturaleza dictatorial del chavismo y se han plegado acríticamente a su decisión inconmovible de no enfrentarlo sino mediante la participación en los procesos electorales, rechazando abierta y decididamente el recurso a los artículos de la Constitución bolivariana que no sólo permiten la rebelión, sino que la hacen imperativa y obligante, en caso de que los gobernantes violen sus preceptos, como ha venido sucediendo sistemáticamente desde la misma instauración del gobierno. El constitucionaista Asdrúbal Aguiar contó más de cien de tales violaciones, perfectamente documentadas, muchas de ellas configurativas de verdaderos golpes de estado a la Constitución. Nadie pareció tomarlo en serio. Quienes lo hicieron, pasaron a engrosar el aquelarre de los malditos. Fueron despreciados y marginados como “radicales” por chavistas y demócratas de consuno.

Acción Democrática, Primero Justicia, Un Nuevo Tiempo y Avanzada Progresista, así como el aparato mediático de comunicadores, columnistas y bustos parlantes que los han secundado generosamente a lo largo de todos estos años, además de combatir a quienes mantuvieron dichas posiciones, no titubearon en acoplarse diligentes y obsecuentes a las determinaciones del ministerio de elecciones en que el régimen convirtiera al CNE. A todos cuyos miembros se les han vencido sus períodos de vigencia y ninguno de los cuales corresponde a las mínimas exigencias de la Ley Electoral, como no pertenecer a partido alguno. Se han conformado con proveer la quinta rueda: una figura ornamental sin ninguna otra capacidad ejecutoria que sumarse a los desafueros de la absoluta mayoría. Negándose a exigir se cumpliera con las determinaciones legales y constitucionales respecto de sus miembros y su respectiva y necesaria renovación. Confiados en el progresivo crecimiento de sus fuerzas electorales ante el sistemático desvalimiento del régimen, que llegaría a provocar la crisis humanitaria y las matanzas que han dejado un saldo propio de un conflicto bélico, han esperado por el natural envejecimiento de la dictadura y su auto implosión. Jamás impugnaron sus evidentes violaciones ni enfrentaron los fraudes sistemáticos a los que fuéramos condenados. Como fuera el caso de la derrota presidencial inducida de Henrique Capriles.

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El caso que rebalsó toda medida y vino a darle absoluta e irrebatible razón a los “radicales” , a quienes en una muestra de insólita mengua intelectual y moral militantes y dirigentes de Primero Justicia responsabilizaron por la actual conformación del CNE al haber promovido la abstención del 2005, – lo que además de falaz fue una canallada, pues contando con la mayoría calificada la actual asamblea ha sido incapaz de modificarla – fue el olímpico portazo dado a la celebración del Referéndum Revocatorio. Sin esgrimir una sola razón válida que no fuera el brutal ejercicio de la voluntad, la amenaza y la violencia del jefe de gobierno. Principal víctima de ese desplante tiránico fue el pueblo, pero indirectamente también lo fue Henrique Capriles, principal impulsor de la iniciativa y quien ya saboreara el amargo cáliz del fraude, cuando el mismo Maduro le arrebatara fraudulentamente su victoria electoral del 2013. Las elecciones de fines de ese mismo año supusieron una derrota opositora, frente a la cual la dirigencia electorera – vale decir: la MUD y sus partidos hegemónicos – decidieron bajar la testuz, volverse a casa y prepararse para las elecciones futuras, cualquiera ellas fueran. El régimen tenía pavimentado el camino, en principio hasta el 2019. Después, ya veríamos.

Desobedeciendo ese acuerdo de sumisión incondicional, mediante lo que fue en rigor un acto de soberanía política y decencia moral, Leopoldo López decidió apostar a la rebelión, protagonizando espiritual y moralmente al frente de sus seguidores – no lo pudo ser físicamente ya que el régimen en castigo a su desacato lo había encarcelado y lo condenaría como ejemplo emblemático de la muerte en vida que le esperaba a quienes no se plegaran a la voluntad omnímoda del régimen y sus conscientes o inconscientes colaboradores – la que he llamado “revolución de febrero”. El martirologio de medio centenar de jóvenes venezolanos y la soberbia rebelión protagonizada por el pueblo venezolano a lo largo y ancho del país, que espantara a la humanidad y terminara por demostrar urbi et orbi el carácter fascista y totalitario del régimen, permitió un vuelco de ciento ochenta grados en la correlación de fuerzas. La indignación popular no pudo ser represada sino con la quiebra de la voluntad de la MUD facilitada por quienes corrieron a dialogar con el régimen en abril del 2014, la primera gran traición, – los mismos cuatro partidos señalados anteriormente – y el llamado a elecciones parlamentarias para el 6 de diciembre de 2015. La reacción popular fue caudalosa, asombrando a tirios y troyanos. Y el régimen se vio obligado a aceptar su derrota. Pero no a reconocer el triunfo o a tolerarlo. De inmediato sacó sus últimas armas del baúl estratégico del castrocomunismo dictatorial gobernante: montar un instrumento seudo legal que anulara todas las decisiones de ese inédito Parlamento nacional, esperar para negarle toda competencia y en el momento oportuno cerrar sus puertas, encarcelar a todos sus miembros y gobernar por decretos presidenciales, siguiendo al pie de la letra el ejemplo de la Ley Habilitante del 23 de marzo de 1933 que le permitió a Hitler gobernar como un monarca absoluto hasta ser derrotado por los Aliados. Una dictadura sin Dios ni Ley.

Fue el descomunal error cometido por el dictador. Pues si los asesinatos del 2014 le habían mostrado al mundo la cara despótica y criminal del gobierno Maduro, la absurda e írrita decisión de su parapeto legal vino a confirmar su naturaleza estructuralmente dictatorial, antidemocrática y totalitaria de su régimen. La revolución de Febrero se continuaba con la revolución de Abril. En medio de ella nos encontramos.

Prácticamente caído, Nicolás Maduro no tiene más que dos opciones: volver a recurrir a su viejo truco electorero y quebrarle el espinazo a la MUD, plegada esta vez a las gigantescas e inéditas movilizaciones populares que exigen el desalojo del gobierno y elecciones generales para poder iniciar la transición hacia la democracia, en franco despliegue prerevolucionario, ofreciéndole a cambio las regionales, a las que con casi absoluta seguridad se plegarán los conocidos de siempre que ya saborearan el néctar de la traición; y aplicar con toda su brutalidad la represión, la persecución, la golpiza de sus tropas de asalto y el asesinato de que son perfectamente capaces las tropas de élite que según firmes rumores están llegado desde Cuba a la rampa 4. Quebrar a los partidos de la oposición que no terminan por asumir a plenitud la rebelión contra la tiranía, por un lado; aplastar a la sociedad civil, por el otro. Una doble tenaza que ya ha comenzado a desplegarse con toda la virulencia e inhumanidad del caso.

El país se prepara a la gran movilización de mañana, que al parecer nada ni nadie podrá impedir. Y a la que el dictador – sátrapa parece decidido a enfrentar así sea al costo de un baño de sangre. Pero esta vez el mundo no tiene los ojos cerrados. La OEA y la mayoría de las grandes naciones del continente están expectantes ante los sucesos. Y la inmensa mayoría del pueblo venezolano parece dispuesta a llegar hasta sus últimas consecuencias.

El segundo 19 de abril histórico de nuestra vida republicana. La segunda Independencia. La gran gesta liberadora del Siglo XXI. Dios está con nosotros. La verdad y la justicia nos avalan.

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