Por eso me hice comunista, en protesta por el hambre. En mala hora. Jamás hubiera creído que era precisamente el comunismo el que empujaba al hambre y la indignidad de la miseria.
La imagen es un tratado sociológico político sobre el chavismo. Un mendigo cubierto con todas las lacras de la miseria extrema y el último abandono duerme a pata suelta, en plena acera, acompañado de su fiel perro, tan miserable, tan callejero, tan muerto de hambre, famélico y mendigo como su amo, un hombre de mediana edad que en Francia llamarían clochard, en Argentina un atorrante, en Chile un pililiento.
Lo insólito es que el mendigo se ha dormido leyendo, pues no es un analfabeta. Y a su lado, como en el de cualquier señor que ha sido asaltado por el sueño en plena lectura quedan sus anteojos derrengados – pues tiene anteojos – sobre un prospecto que promueve las visitas al Cuartel de la Montaña, título exorbitante conferido por quienes juraron erradicar la miseria de Venezuela, multiplicándola a cifras pavorosas, a un basurero que “la revolución bolivariana” ha ido enchapando de ranchos – chavolas – y techos de cartón, indigencia y basura en cuya cima se yergue lo que fuera el Museo Militar construido a principios del Siglo XX por otro dictador como aquel cuya copia en cera pretende pasar por los restos embalsamados de quien jamás se sabrá si murió en Cuba o en Venezuela, cuándo y cómo, si de muerte natural o de muerte inducida, pero cuya desaparición coronó la apropiación de Venezuela por parte de la tiranía cubana que aceleró el traspaso de su gobierno a uno de sus agentes, colombiano por más señas y llamado Nicolás Maduro.
Es la imagen de nuestra tragedia. Un caudillo farsante, traidor e inescrupuloso que devasta a Venezuela, para terminar entregándole sus despojos a quienes ha pretendido emular en una triste y desventurada gesta de imposturas e iniquidades. Dejando a su paso al país más rico de la región y potencialmente uno de los más ricos del planeta en la inopia, la inmundicia, la extrema miseria. Que luego de haber recibido, repartido, saqueado y desvalijado la mayor fortuna recibida por país latinoamericano alguno en su historia multi centenaria lo abandona convertido en un estropajo, sometido a la pobreza extrema y una crisis humanitaria.
Una faena de auto amputación como no se ha vivido otra en el hemisferio, que culmina su obra con la perfecta imagen del “hombre nuevo” izquierdista, socialista, castrocomunista y guevariano: bachaqueros que viven de servir como cadena sub distribuidora de los bienes controlados por el Estado sin otra fuente de ingresos que el obtenido de explotar a sus semejantes y acorralarlos bajo la peste de la inflación y el abuso, hasta empujarlos a vivir de escarbar los rastrojos de aquellos que, aún algunos peldaños más arriba en la escala del poder socioeconómico, todavía tienen qué comer y pueden darse el lujo de no comerse las cáscaras, las grasas, las sobras y los desechos de sus propias comidas. Vuelven a reciclar la miseria sirviendo al menú diario de miles y miles de venezolanos que viven de escarbar y rastrojear en los basurales de la pobresía.
Los he visto en mi barrio, familias enteras, ni siquiera andrajosos ni maleducados, perfectamente honorables ejerciendo su derecho a vivir de los basurales bajo el gobierno al que posiblemente apoyan. ¿No es éste el gobierno “del pueblo”? Hay quienes, buenas conciencias de la progresía, se indignan por mi indignación. Consideran que comer despojos de basurales no es ninguna indignidad, sino una necesidad biológica a la que empuja el hambre, que seguramente yo no he conocido. No saben que nací tan pobre como ellos y que pasé tanta hambre como ellos. Pero educado en una familia que antes se cortaba las venas que dejar el piso de la humanidad conquistada tras siglos de esfuerzos regresando a los impulsos animales de perros y hienas. Me enseñaron que antes que humillarse ante los poderosos comiendo de sus sobras, había que combatirlos a muerte. Por eso me hice comunista.
En mala hora. Jamás hubiera creído que era precisamente el comunismo el que empujaba al hambre y la indignidad de la miseria.

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