“Por tanto, restituir a Pablo a su contexto mesiánico significará para nosotros ante todo intentar comprender el sentido y la forma interna del tiempo que Pablo define como ho nyn kairós, el “momento presente”.
Giorgio Agamben, El tiempo que resta, Comentario a la carta a los romanos.[1]

En sus palabras inaugurales ante la Conferencia Episcopal Venezolana, Monseñor Diego Padrón realizó una síntesis crítica, con sentido evidentemente apostólico, de lo que Pablo en su Epístola a los Romanos llama ho nyn kairós: el momento presente. Con una perspectiva histórica, posiblemente la más aguda, acuciosa y angustiante que haya expresado la Iglesia venezolana desde los tiempos de la famosa homilía de Monseñor Arias Blanco, cuando saliera en defensa de la felicidad de su feligresía, humillada, escarnecida, perseguida, encarcelada, amenazada de muerte y asesinada por los esbirros de la penúltima dictadura venezolana, la del general de ejército Marcos Pérez Jiménez. Con ello, ha acompañado a su Iglesia, nuestra Madre Iglesia, a su más auténtica y mesiánica vocación paulista: pre-ocuparse por el tiempo que resta. No el tiempo de la postergación, la apatía y la claudicación que esperan a que los problemas se resuelvan solos o se los enfrente cuando ya el enfrentamiento es innecesario, sino el que golpea preñado de urgencias ante nuestra puerta, hurga en la basura para alimentarse y poder sobrevivir, carga con sus cadáveres como María con Cristo o pregunta, consumido por la duda y la desesperación: Dios mío, Padre mío, ¿por qué me has abandonado?

No es casual traer a la reflexión crítica en este doloroso contexto de la dictadura que nos abruma el problema del tiempo, que en Pablo urge, pues es el tiempo que resta. Un tiempo que urge a la acción, a la respuesta que sólo una interpretación malévola de escatología política puede postergar al fin de la historia, más allá de la vida, más allá de la muerte. O, como lo afirmara un alto magistrado chileno de comienzos del siglo pasado, abrumado por lo que llamara “el peso de la noche”: los problemas se resuelven solos o no tienen solución. ¿Es esa la percepción dominante en quienes, espectadores desde la colina de los acontecimientos, diciéndose representantes del pueblo, prefieren esperar a que los graves, los trágicos momentos que vivimos se resuelvan solos o intervenir en su resolución cuando ello ni siquiera sea necesario?
El tiempo que resta y al que se refiere Pablo de Tarso en el proemio a su Epístola a los Romanos es el ho nyn kairós, el “momento presente”. Un tiempo específico que monseñor Diego Padrón ha tenido la lucidez y el coraje de discernir y calificar, desde los evangelios: “En la historia del país ningún gobierno había hecho sufrir tanto, por acción y omisión, al pueblo como el que ahora administra formalmente las funciones. El desabastecimiento dramático de alimentos y medicinas es la negación palpable de una economía sana. La inseguridad y la violencia incontrolada es la negación de la capacidad de gobernar con justicia y orden. La corrupción y la injusticia sistemática imperantes son la antítesis de la honestidad y la verdad. El control absoluto de las finanzas, del derecho a la libre expresión y la persecución contra la disidencia son la negación de la confianza, la libertad y el diálogo.” Todo lo cual “configura una desfiguración ética y espiritual intolerable.”

Me interesa destacar la profunda vinculación de esta afirmación trascendental, que cubre de bochorno a un régimen que atenta contra los máximos valores de nuestro gentilicio violando todos nuestros derechos humanos, que sólo la inautenticidad y el olvido pueden tolerar, con la que abriera las compuertas de nuestro país hacia la Libertad como imperativo existencial en 1957, en palabras de monseñor Arias Blanco hace ya sesenta años. Pues en esas palabras resuena la voluntad cristiana de honrar a diario la memoria, el recuerdo como voluntad apostólica: “Lo que exige lo perdido no es el ser recordado o conmemorado, sino el permanecer en nosotros y con nosotros en cuanto olvidado, en cuanto perdido, y únicamente por ello, como inolvidable” – escribe Giorgio Agamben. Devolviéndole a la memoria su sustancia mesiánica. ¿Y cuál esa sustancia inolvidable que llevamos con nosotros y que la Iglesia se siente hoy en obligación de recordar? El tiempo de la libertad. Y es ese tiempo recapitulado, en palabras de Pablo, que contiene nuestra vocación, nuestra voluntad y nuestra fe libertarias, la que constituye la esencia de nuestro tiempo mesiánico: “El tiempo mesiánico es por tanto una recapitulación sumaria – también en el sentido que el adjetivo tiene en la expresión jurídica de ‘juicio sumario’ – del pasado”.

Allí llegamos a la esencia de nuestra argumentación. El tiempo mesiánico, tal como lo expresa el apóstol en su concepción del “tiempo que resta” no es, por lo tanto, aquel que imaginamos al final de los tiempos, malversado por las utopías totalitarias de las que se reclama esta dictadura, sino, todo lo contrario, como recapitula Giorgio Agamben citando a Ticonio: “cada tiempo es la hora mesiánica (total illud tempus diem vel horam ese) y lo mesiánico no es el fin cronológico del tiempo, sino el presente como exigencia de cumplimiento, como aquello que se pone ‘a modo de final’ (licet non in eo tempore finis, in eo tamen titulo futurum est).” Pues no existe para nosotros, cristianos venezolanos, ninguna otra utopía que no sea la del desalojo. Hic et nunc: aquí y ahora.

De allí la legitimidad teológica, profunda, auténticamente cristiana, asumida por la Iglesia Venezolana, en cumplimiento de su responsabilidad apostólica frente a nuestra esencia histórica: enfrentar ahora, en el tiempo que resta, al régimen que usurpa nuestros derechos, para hacer posible la felicidad de nuestra Patria. Acompañarla en su misión apostólica es nuestro imperativo moral. En el tiempo que resta: aquí y ahora.

[1] Giorgio Agamben, El tiempo que resta, Comentario a la Carta a los Romanos. Editorial Trotta, Madrid, 2006.

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