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Un millón y medio de indignados brasileños se volcaron a las calles este domingo 15 de marzo para protestar contra las corruptelas y abusos del gobierno socialista de Dilma Rousseff y reclamar una urgente respuesta a los graves problemas económicos que comienza a sufrir la octava economía del mundo. La larga luna de miel de la sociedad brasileña con el lulismo llega a su fin entre atronadoras amenazas de rebeldía. El PT parece haber agotado todos sus cartuchos. Aún no se vislumbra el recambio.
Un mes antes, una multitudinaria manifestación de consternados argentinos, desafiando un torrencial aguacero, marchaba por las calles del centro de Buenos Aires, exigiendo justicia por el siniestro asesinato del joven fiscal Alberto Nisman. En absoluto y estremecedor silencio, sólo un grito interrumpía los furiosos embates de la tormenta: ¡Asesina!, ¡Asesina! Se referían a Cristina Fernández de Kirchner, quien al día siguiente del asesinato hubiera sido la principal inculpada por el caso de encubrimiento del atentado terrorista a la sede de la AMIA. Viendo su carrera política ante la posibilidad real de un dramático final. Recientes revelaciones hechas públicas por el semanario Veja involucran al fallecido presidente Hugo Chávez en una conspiración internacional montada en Caracas en enero del año 2007 junto al jefe del gobierno iraní Ahmadinejad para comprar el silencio de la futura presidenta argentina financiando su campaña y ofreciéndole a cambio de su complicidad con los terroristas iraníes petróleo para enfrentar la crisis económica argentina.
El insólito escándalo en que se viera involucrado, por su parte, el hijo de la presidenta chilena, la también izquierdista Michelle Bachelet, cuya nuera recibiera un crédito blanco de una poderosa banca privada –el Banco de Chile, del empresario bacheletista Andrónico Luksic– por 11 millones de dólares para una operación inmobiliaria que le reportaría sin un solo esfuerzo y a la vuelta de los meses 5 millones de dólares de ganancia gracias a la información privilegiada obtenida del gobierno de su suegra, también vino a poner fin a la luna de miel del gobierno de la socialista chilena con una sociedad que hasta ahora se preciaba y había puesto muy en alto su sentido de la moralidad pública.
De todos ellos, el caso venezolano es sencillamente descomunal y probablemente de dimensiones nunca antes vista hasta ahora: un solo depositante, guardaespaldas de Hugo Chávez y uno de sus hombres de mayor confianza, tiene doce mil millones de dólares depositados en la una cuenta secreta de un banco londinense con sede en Suiza. Se desconoce el total de las sumas depositadas por amigos, funcionarios y miembros del entorno, incluso por los padres del caudillo venezolano, pero supera con creces y hasta dimensiones inimaginables las cantidades achacadas a depositantes de otros orígenes. El ex ministro de planificación Jorge Giordani mencionó en alguna ocasión la cantidad de más de treinta mil millones de dólares desaparecidos de las arcas del Banco Central de Venezuela. Hay quienes se atreven a multiplicarla por varias decenas.
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Fuera del caso venezolano, es el crudo y duro despertar de tres sociedades emblemáticas, bastiones de América Latina, a una realidad que se niega a seguir el paso impuesto por el control de la izquierda castrista sobre el Foro de Sao Paulo y la estrategia injerencista de la revolución cubana que ha terminado en tan catastróficos descalabros. Una temible crisis regional que viene a sumarse a la crisis ya endémica de la sociedad venezolana, percibida de pronto como la gran amenaza no sólo para Estados Unidos, como lo acaba de decretar el gobierno demócrata de Barack Obama respondiendo a los dos principales problemas que constata en nuestro país: el narcotráfico como gestión de Estado y el abierto respaldo a la penetración del yihadismo islámico en nuestra región –el caso citado por Veja viene a corroborar dio temor– , sino para las restantes democracias de la región, tácita o explícitamente, como lo anunciara una inmensa pancarta al frente de la multitudinaria manifestación brasileña: “Brasil no será una nueva Venezuela”. El compromiso deja ver una nueva realidad política: América Latina comienza a despertar del sueño rojorojito, antes de que se convierta en una horrenda pesadilla. Como ya ha sucedido y nos encontramos sufriendo en la Venezuela de la agonía madurista.
Los tiempos de bonanza para un proyecto castro forista que pretendía apoderarse de América Latina sin disparar un solo tiro, abriéndole cauce de paso a la injerencia del islamismo talibán en nuestra región para aislar desde el sur del continente a Estados Unidos, parecen estar llegando a su fin. La inexorable caída del régimen castro chavista en Venezuela debe ser vista así como parte de un movimiento más amplio que, agotado el ímpetu dado a la región por el carismático teniente coronel, el montaje dictatorial de una libre disposición sobre la gigantesca fortuna petrolera y la dadivosidad de un país desinteresado en su propia prosperidad y desarrollo, ha pretendido complementar el ataque a Estados Unidos y a Europa llevados a cabo por el Estado Islámico, Irán, Rusia y sus aliados. La reacción norteamericana no obedece a un capricho: implica una visión estratégica de la evolución de los nuevos tiempos.
Se ha abierto así, o por lo menos es lo que dejan ver las encuestas y el movimiento real de la sociedad latinoamericana, un hiato no sólo entre oposición y gobierno, sino, lo que es mucho más graves y de más poderosas consecuencias, una ruptura entre la sociedad civil y los liderazgos políticos tradicionales. Que continuará profundizándose, teniendo también su eco en aquellos países europeos en donde los efectos del castrochavismo parecen emerger con singular presencia: España y Grecia.
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¿Vivimos el cierre y clausura de un ciclo de la historia contemporánea de América Latina? ¿Se vive, finalmente, el agotamiento de los intentos izquierdistas por imponer el llamado socialismo del siglo XXI? ¿Es el fracaso de la estrategia neofascista implementada desde el Foro de Sao Paulo?
Son interrogantes hasta ahora sin respuestas. Lo cierto es el fracaso del llamado socialismo bolivariano del siglo XXI, el despertar de la sociedad civil y el rechazo a gobiernos caudillescos y populistas como los que han dominado durante estos últimos años, afirmándose en el clientelismo y el intervencionismo estatal. Un despertar que, sin embargo, no tendría ningún futuro si no se tradujese en la emergencia de liderazgos alternativos capaces de darle cauce a un pensamiento político rupturista con el predominio del estatismo socializante y no supusiese una actitud vital de sesgo liberal, anti estatista, antipopulista y anticaudillesco, que propicie y potencie el emprendimiento y la libre competencia, y que en vez de ahondar las diferencias partidistas preexistentes – izquierdas y derechas – represente su radical superación a través del encuentro y la creación de alternativas democráticas globales. Que adecúen la acción política a la revolución de las comunicaciones que vivimos desde hace algunas décadas.
Por ahora sólo se experimenta el fracaso de los viejos esquemas de dominación democráticos y la debacle de los últimos embates de la izquierda castrista en América Latina. Aún persisten bolsones de credibilidad que apuestan al retorno a las viejas fórmulas democráticas del pasado: una democracia representativa basada en la delegación del poder de decisión a élites clientelares, ellas mismas asimismo caudillescas, carentes de cultura y prontas a acordarse con las fuerzas del poder económico. Caerán por su propio peso, incapaces de responder a la crisis con fórmulas imaginativas y creadoras. Mientras, la modernidad sigue esperando por nosotros.