Desde que Cristo hizo su aparición y su desaparición, y la Iglesia Católica -derivados incluidos- pasó a ser la más exitosa organización política de todos los tiempos, ninguna idea ha sido mejor mercadeada y ha rendido tantos frutos, dulces y amargos, como la de “democracia”. Sí, es más vieja que la Iglesia Católica, pero antes de Cristo el modelo platónico no era una cosa para el mercado. No era cosa de masas. Pueblo no era masa y mucho menos todo lo contrario.
Otro gallo cantó, luego del de Pedro, y la masa gradualmente fue transformándose en mazamorra. Más y más. Y más aún el pueblo de Franklin y Jefferson, el de Robespierre y Napoleón, y, perdonen lo obvio, pero decirlo vale un tedeum, más que ningún otro, el de Miranda y Bolívar.
Alegremente, aunque quizá sea más propio decir irresponsablemente, creo que los capitalistas que se adueñaron de la publicidad cayeron en cuenta del “punce” del producto y: ¡Eureka!: otra vez los griegos. Eso sí, que me parta un rayo si me equivoco, pero si de algo estoy seguro es de que ese publicista no fue Usar. En eso fue responsable hasta la impenitencia.
Yendo al grano… Perdón, pero vale la pena aclarar que el apuro de ir al grano es meramente para evitar el aburrimiento del lector. El apuro ya no es por las rotativas, hoy ayunas de papel, porque estas líneas las estará leyendo usted como manifestación inteligible de unos bits que serán publicados online o “digitalmente”, gracias al señor Gatees y otros magos de la luz liberadora del progreso tecnológico que han dejado en total estado de inocuidad a esas vacuidades que pretenden silenciar el libre pensamiento (el pienso, vale decir, es lo más cercano que conocieron). Pero volviendo al punto y de camino al grano, el asunto es que ese producto llamado “democracia” es mejor que el mentol chino. El mentol chino sí hace bien, se vende porque funciona; el producto de marras dirían los Yánez con deleite, está overrated. Y es que el secreto está en que el producto no funciona solo. Solo es como un yesquero sin gas, o como un carro sin gasolina. El producto para que haga lo que necesitamos como sociedad requiere de un aditivo que es un revulsivo para cualquier sujeto que detente el poder: el Estado de Derecho. Y no se puede hablar de Estado de Derecho si no hay una auténtica y efectiva separación de poderes. El éxito del producto para quienes detentan el poder consiste en mantenerlo sin ese aditivo, mantener excluido de su funcionamiento todo aquello que implique control y responsabilidad.
Puesta así, la democracia es un producto que, colocado en perspectiva histórica desde mediados del siglo pasado a lo que corre de éste, tendríamos que comparar con el cigarrillo (sí, amigo lector, es probablemente la abstinencia de poco más de dos años la que me provee las imágenes alusivas al vicio de fumar). No tiene nicotina. No le hace falta: son sus detractores quienes hoy la publicitan. Como en el caso del cigarrillo, nadie le hace más – y no sé si mejor – publicidad a tamaña amenaza para la salud que el Ministerio (…) para La Salud. Aquí y en cualquier país. Los Castro, Ortega, y en este solar, nada más y nada menos que una manada de golpistas sobreseídos, indultados o amnistiados, ahora son los paladines y promotores de la democracia. En nuestro caso, los paladines criollos son unos felones que juraron defender la democracia y terminaron bañando de sangre fraterna el vecindario, valiéndose de la ventaja que sobre sus pares la sociedad venezolana en un momento de inconsciencia les entregó. Sólo la providencia parece haber tomado debida nota de semejante despropósito.
No se puede dejar que un sistema de gobierno sea lo que el azar que es el espíritu humano desea que sea. Si por sí misma la democracia fuera, como decía Churchill, “… la necesidad de doblegarse de vez en cuando a las opiniones de los demás”, todo lo escrito no sería más que una perorata sin sentido. Felizmente. Es de lamentar que no lo sea. Es de lamentar que la idea de democracia que está sembrada en la conciencia colectiva, si tal cosa existe, está amarrada únicamente a la existencia de elecciones. Libres, limpias o no, eso está demás.
La democracia sola es nada. Es nula. Es lo que quiera Fidel, lo que quiera Ortega o lo que quiera Franco. Lo importante es mantenerse en el poder. Para eso el capitalismo nos legó la publicidad. Si no lo creen, pregúntenle a Aristóbulo.
Va de suyo que hablo de aquí y de ahora.
@Francisco_Paz_Y