El artículo se habría podido titular, siguiendo a Umberto Eco, La estrategia de la ilusión. Libro este publicado por el semiólogo y novelista italiano en 1986. Colección de ensayos que trata de comentar en tono periodístico lo cotidiano en caliente, bajo el impacto del momento o el estímulo de un hecho. Ese es el tono de ese libro y es el mismo tono de este artículo. Comentar el instante motivado por las diversas apariciones de Nicolás Maduro ante los medios y particularmente frente a las pantallas de televisión.

El país, en todo lo que va de año y en lo que resta hasta diciembre, fue y será bombardeado por diversas y frecuentes apariciones del presidente. La estrategia es demasiado obvia. Al menos la experiencia de todos estos años nos lo dice. Nos vamos acercando a unos próximos comicios –2015– para la elección de los nuevos parlamentarios a la Asamblea Nacional. En tal sentido, ante el fracaso creciente y acelerado del proceso, es necesario y urgente trazar la estrategia de la esperanza. Hay que levantar nuevamente la esperanza; la ilusión de que vamos por el camino correcto; que el modelo y el sistema elegido son los mejores frente al capitalismo; que el deterioro de la vida cotidiana es el producto de una guerra que tiene varios frentes; que lo mal que estamos es culpa de la oposición apátrida y oligarca; que todavía está presente el viejo sistema que poco a poco será reemplazado por el nuevo, y para ello se requiere de más tiempo; que las rémoras de la IV república impiden que veamos todavía los resultados del socialismo; que…

La estrategia comunicacional es clara, hay que seguir levantando ilusiones, sembrándolas, pero nunca nos ofrecen certezas. ¿Dónde están los resultados después de casi diecisiete años de estar en el gobierno?

El clima de opinión pública, según todas las encuestas serias, nos está diciendo que los principales problemas del país que están generando una conflictividad social creciente son: desabastecimiento de productos (30,9%); inseguridad y violencia delictiva (29,3%); diferencias políticas (15,8%) y la denominada guerra económica (11,8%). Es decir, 60,2% del país está afirmando que el desabastecimiento y la inseguridad personal constituyen los signos principales con los que tiene que lidiar el venezolano del presente.

Así entonces, la ofensiva comunicacional se basa en construir una imagen del país basada en la mentira, la manipulación y el espectáculo. Para ello, el presidente de la república hace un uso extensivo e intensivo de la televisión abierta, aunque no descuida la televisión por cable y el resto de los otros medios. No es gratuito que la publicidad oficial –gobierno bolivariano–, en sus distintas manifestaciones, ocupe el primer lugar de inversión. Esto viene ocurriendo desde el año 2010. No es tampoco casual que el presupuesto nacional en comunicación e información, para el nuevo año, haya aumentado 139,3% para apuntalar la imagen gubernamental, mientras que el dinero destinado a las universidades, la ciencia y la tecnología, la salud, la cultura, incluso para combatir la inseguridad, se haya reducido respecto a 2014. Un renglón tan urgente y requerido hoy como son los sectores productivos (agrícola, energía y minas, petróleo, industria y comercio y hasta el turismo-recreación) ocupan el foso de la lista de prioridades y son escandalosamente inferiores a lo gastado el año pasado: 7,3% del gasto total previsto.

En estos días el columnista Alberto Barrera Tyszka, en el diario El Nacional, escribía que “uno de los elementos fundacionales del chavismo es la oralidad. Su naturaleza mimética, en relación directa con el líder, produjo esta suerte de movimiento masivo donde la pasión retórica parece ser un requisito. Chávez convirtió la incontinencia verbal en virtud”. Es cierto. Esta incontinencia verbal se muestra casi todos los días en las pantallas de nuestros televisores y en las ondas de la radio que, gracias al artículo 192 de la Ley de Telecomunicaciones, autoriza al Ejecutivo a que todo el conjunto de las redes de telecomunicaciones transmitan el mensaje oficial. La ONG Monitoreo Ciudadano nos ofrece un resumen de esas apariciones de Nicolás Maduro:

• En los 500 días del gobierno de Maduro (desde el 15 de abril de 2013 hasta el 31 de agosto de 2014) se realizaron 538 apariciones televisivas y radiales, es decir 1,07 por día. El tiempo promedio frente a todo el país fue de 75 minutos.

• En el primer mes de los sucesos del 12-F, el presidente habló un total de una hora y media cada día.

• Contemos también su presencia en Venezolana de Televisión. Por ejemplo, en todo el mes de marzo “el canal de todos los venezolanos” (como reza el eslogan) le dedicó una media de 64 minutos diarios a las intervenciones públicas del presidente de la república.

De igual manera, debemos contabilizar las emisiones del Noticiero de la Patria, que se dedica a informar las actividades gubernamentales. Para rematar, desde la segunda semana del mes de marzo arrancó el programa radial En contacto con Maduro, que se transmite a través de las radioemisoras del Sistema Nacional de Medios Públicos. Se identifica bajo el lema: “Para estar informado y conocer la verdad” y “Dando la batalla por la verdad”.

Hay razones para esta estrategia. La primera es que este gobierno es mediópata: necesita salir casi a diario para ser el protagonista de esta historia. Esto sí es hegemonía comunicacional. La otra razón es que el gobierno requiere urgentemente levantar las esperanzas y lo que Monsiváis llamó las alusiones perdidas. Es decir, no certezas, no referencias concretas, sino simples palabras. Para ello se van a gastar 2,5 millardos de bolívares, de los cuales 74 % se empleará en propaganda. Están más comprometidos con la lógica de la publicidad que no responde a un ideal de transparencia, sino de desinformación, artificio y estrategias de la esperanza.

La tragedia de esas apariciones públicas y las que vendrán, que casi nadie ve ni escucha, es que representan una forma de hablarle al país disparatada, incongruente, que no dice nada. La tragedia es que estamos ante un poder cantinflérico, tragi-cómico que nos sigue imponiendo el des-orden.

EL NACIONAL

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