“Lo que importa ahora es salvar los principios; todo se salva si se salvan los principios; de lo más profundo de la podredumbre surgirá más purificado y limpio el ideal redentor”. Así se expresa Fidel Castro en epístola a Luis Conte, periodista y comentarista, cuando este le advertía que “en lugar de teorías estériles e inoportunas sobre un golpe o una revolución, debió de haber denunciado los monstruosos crímenes cometidos por el régimen de Fulgencio Batista, que ha asesinado a más cubanos en cuatro días que en los once años anteriores”.
Fidel escribió aquella carta a su amigo desde la isla de Pinos, en 1954. Como prisionero político de la tiranía batistiana le aseguraba que las rejas, el aislamiento y la incomunicación no podrían impedir que sus mensajes llegaran a su destino, el de hombres y mujeres libres de la patria que no cesarían en continuar la infatigable lucha por una patria decente.
Apuntaba Castro en esa misiva que los tribunales que eran capaces de enviar a jóvenes honestos y limpios a las prisiones, jamás habían condenado a ningún malversador, ni a saqueadores del país, mucho menos a criminales que torturan a presos políticos: “Decir la verdad y luchar por la patria, la Constitución, la soberanía del pueblo y el decoro de la patria es el crimen que no perdonan esos honorables magistrados que juraron un día ser fieles a las instituciones legítimas de la Republica”.
Continua su carta: “Los hombres decentes y las masas de mayor conciencia política, han quedado marginadas de la lucha comicial como resultado de la traición. (…) Estamos presenciando una lucha entre traidores (…) a la Constitución, al pueblo en desgracia (…) entre la tiranía y la comedia donde resulta tragedia para el pueblo”. Fidel cita al apóstol Martí: “Cuando hay muchos hombres sin honor, siempre hay algunos que tienen en su interior la dignidad de muchos hombres. Estos son los que se sublevan con fuerza terrible contra quienes roban la libertad del pueblo, que es igual que robar el honor de los hombres”.
Era el desafío de Fidel Castro al régimen militar de Fulgencio Batista; señalaba subrayando que “el triunfo en el Moncada hubiera significado la transferencia de poder”. Aquella carta, la epístola del prisionero al amigo, no era otra que el intento de sembrar un manifiesto en una nación sufrida, como sufre hoy nuestra Venezuela, traicionada en sus principios bolivarianos, castrada su fuerza armada, sometidos los poderes públicos, convertida en nación de ciudadanos sin derecho de pensar distinto, entregada a intereses extranjeros por una política en la que la pugna del odio contradice el proceso histórico regido por leyes.