Se reencontraron en Madrid.
-Yo te conozco, dijo la una.
Sonrió la otra, adivinando dónde se habían conocido al reconocer en aquella voz rastros de una lejana Cuba. Mary, durante años, formó parte de una asociación que prestaba apoyo a quienes, tras dilaciones y formalidades, lograban abandonar la isla y llegar a Venezuela. Era ella quien había acogido a la otra mujer cuando llegó a Caracas procedente de La Habana, a mediados de los años 80.
Porque sí: hubo una época en la que a Caracas llegaban personas en busca de una mejor calidad de vida. Antes que los cubanos, llegaron portugueses, italianos y españoles, procedentes de una Europa empobrecida, mientras colombianos, dominicanos y ecuatorianos buscaban en la Tierra de Gracia nuevas oportunidades. Eran los más recientes musiús.
“Musiú” es la palabra con que tradicionalmente se designa en Venezuela al forastero. Es una criollización del vocablo francés “Monsieur”, y data de una época dorada, en que la obsesión de Guzmán Blanco por todo lo francés lo llevaría incluso a encargar a Juan Hurtado Manrique la construcción de una réplica de la Sainte Chapelle parisina en Caracas. Porque, claro: ¿quién podría negar que los viajes son enriquecedores? Son enriquecedores aquellos de placer, y más aún los que permiten insertarse en otra cultura, convivir con otras personas. Hasta Juan José volvió de la gran capital “rico, instruido y recomendao”, según describe el merengue, por contraposición a aquello de que “El norte es una quimera”…
El talante viajero de nuestros compatriotas es innegable. Durante los últimos años me he entretenido en inventariar cuanto venezolano ocupa una posición destacada en el exterior. Venezolanos son, por ejemplo, el director del Instituto Tecnológico de Massachusetts, Rafael Reif; el director titular de la Orquesta Filarmónica de Málaga, Manuel Hernández Silva, y el fundador de de la Empresa Global para el Desarrollo de una Vacuna contra el SIDA, José Esparza.
En todas las épocas, pero especialmente durante el boom de la Fundación Gran Mariscal de Ayacucho, muchos venezolanos se desplazaron hacia el extranjero con el propósito de formarse, permaneciendo a menudo en esos países debido de una atractiva oportunidad de empleo o a raíz de los vínculos afectivos que establecían con personas oriundas de los lugares a los que llegaban.
Sin embargo, otros son los viajeros que hoy anidan en Madrid.
Alberto Casillas se dio a conocer en 2012. Trabajaba como mesonero en el Restaurant Prado y franqueó la entrada al local a los manifestantes que corrían buscando protegerse del acoso policial durante los sucesos del 25 de septiembre, protagonizados por el movimiento “Indignados”. Cuando los antidisturbios llegaron al local, Casillas se plantó en la entrada y se negó a dejarlos pasar. Su imagen dio la vuelta al mundo y dio pie a que se desvelara que había transcurrido gran parte de su vida en Venezuela, en donde permanecieron hasta hace poco sus familiares.
Del mismo modo se reseñó mass-mediáticamente su irrupción en una rueda de prensa que ofrecía Pablo Iglesias, líder del partido político “Podemos” en el madrileño Hotel Ritz. Allí le increpó, describiendo la situación de Venezuela y conminándolo a responder si había sido asesor de los proyectos que habían conducido al país a ese punto. Pero lo que muchos no saben es que Casillas lleva a cabo diversas actividades en favor del extenso colectivo venezolano residenciado en Madrid que se ve sin recursos para subsistir. Durante los últimos días ha ofrecido gratuitamente clases que habilitarían a las personas para ofrecer sus servicios como mesoneros, iniciativa que ha emprendido en razón de que la demanda de este tipo de personal aumenta durante el verano en España, un país cuya economía reposa fundamentalmente en el turismo.
Casillas vivió en su propia piel la experiencia de la inmigración cuando llegó a Venezuela, en donde vivió durante 29 años. Ahora, dice, quisiera devolverle al país algo de lo que recibió de él.
Si, por una parte, celebro la gratitud de quienes vieron en nuestra tierra la promesa de un futuro mejor y agradezco su compromiso con nuestra patria, por otra, no puedo dejar de pensar con asombro en cómo se han vuelto las tornas. Así como otrora quienes llegaban a nuestro país requerían de asistencia y apoyo, hoy los venezolanos son los musiús, los que llegan con una mano adelante y otra atrás, dispuestos a todo, con tal de optar a una nueva vida. En muchos privará el espíritu de aventura, lo sé; pero la situación de la mayoría oscila entre la orfandad en que han quedado sumidos al no poder contar con Cadivi y el hecho de no soportar más el estado de cosas en su propia nación.
¿Qué puede ser tan duro como para justificar que se renuncie al propio modo de vida? ¿Es preferible asumir la ruptura familiar, asumir el título no homologado, la precariedad de la subsistencia, la ilegalidad? Una actitud que llama a reflexión, y que pone en luz las realidades de la desesperanza, el desabastecimiento y la violencia.
linda.dambrosiom@gmail.com