Está demostrado que Maduro carece del liderazgo presidencial para acometer la actual situación, para conducirnos a la solución de esta crisis o para imponérsele a su corset militar. Pero no está demostrado que no tenga agallas, coraje.
Valor físico.
No lo conozco personalmente, pero quizá sea lo único que hizo que en La Habana lo ungieran Chávez y los hermanos Castro.
Un “duro”, lo considera un excomunista rudo, liberalizado y cuarteado como mi hermano Rafael Orihuela. Educado en esa escuela de la izquierda “borbónica” (Petkoff), que no aprende ni olvida.
Esa izquierda muy loca de Jorge Rodríguez y su hermana y Jaua, que fueron tal vez fidelistas, maoístas o estalinistas. Y que no se reconoce ni siquiera donde terminan los desatinos voluntaristas. Como la “zafra de los 1o millones de toneladas”.
O el Gulag.
Y que en su infantilismo fosilizado, se aferran al control de los poderes públicos como a un rencor. Y a un obsesivo – compulsivo culto a la personalidad masculina del líder.
Una izquierda recalcitrante y nostálgica que no tiene alternativa para la economía de mercado y el rumbo de la globalización, pero que como dice Mangabeira Unger, quiere restringir la marcha hacia el mercado y el rumbo a la globalización solo para defender los intereses de su derrotada base histórica.
Sin proyecto.
Pues su proyecto es solo la negación.
Y es esta negación el factor mas radical del Gobierno, el ideológico, como Héctor Rodríguez, para quien después de Marx, él y quienes quieren mantener la “revolución” como sea.
Machacándole la cabeza en las afueras del Palacio Federal a diputados como Carlos Paparoni, con ropas de la alcaldía de Libertador. Obsesionados con la violencia como partera de la Historia, que empuje a la instalación de un régimen militar abierto como escape del colapso social que nos amenaza.
Persiguiendo con la violencia por la violencia ese ansiado final de película en su propio Palacio de la Moneda.
Como niños jugando a la guerra.
Chavistas, se dicen, al no encontrar a mano algo mejor para atarse. Acorralados como están por la crisis. Aunque fundamentalmente por el verdadero y único poder tras del trono, o lo que Heinz Dieterich denomina el “bloque del poder militar”.
Que es el único poder operativo en este momento.
Que está ahí, dentro y fuera de este Gobierno, con su estética decadente, que obliga al recuerdo del estruendoso final a lo grand guignol de la caída de la Casa de Usher.
Aunque más trágico.
Dieterich, el inventor del “socialismo del siglo XXI”, advierte, en el ocaso de tal ficción, que hay que cortar el nudo gordiano de burocracia militar y mediocre que estrangula al país para salvarlo.
Él sabrá. La culpa no debe dejarlo dormir por las noches. Debe de mantenerse en comunicación con su compañero de viaje, el inhabilitado y acosado -pero no liquidado- general Raúl Isaías Baduel, que propuso y propone no un golpe sino algo mas sofisticado como “la generación de un nuevo centro de gravitación operativo del poder político dentro de la cáscara institucional existente que tenga la capacidad de salvar al país de la catástrofe”.
Salida que, en teoría, empujarían “los miembros honestos y democráticos del bloque de poder militar” bolivariano, es decir, el chavismo de quienes como Baduel devolvieron el 11 de Abril el hombre a su asiento, y habrían “salvado a miles de venezolanos de la matanza”.
Esta vez con una especie de Deng Xiaoping tropical para evitar que el proyecto desaparezca, una vez desbordados los cauces.
Tras lo cual, en las inmediatas elecciones la oposición arrasaría (debido a la actual correlación de fuerzas, nacional e internacional) con un gobierno a lo Macri llevando el chavismo a mejor vida.
Que es el temor.
Y una posibilidad.
Aunque no quieran tomar el poder públicamente. ¿Para qué? Actualmente no cargan con esa horrorosa corona de espinas que soporta solito Maduro: la responsabilidad pública e institucional del desastre.
Por lo demás tampoco les conviene tomar el poder en sus manos formalmente porque significaría, como apunta Heinz, el hacerse cargo de un problema prácticamente insoluble para ellos, que no tienen 1) el know how de sanación económica, 2) el equipo humano y 3) el apoyo social e internacional para hacerlo.
Por lo que esperan y calibran el comportamiento del paciente en su unidad de terapia intensiva. Como la oposición. Observando las atmósferas de presión de la crisis.
Y el grado de trituración que esta imprime.
Es dura la vida del policía.
Lo que aprovecha la izquierda corta para bailar su minuet.
Como la temeraria jugada de los 5 magistrados (se necesitan 7) de la Sala Constitucional de intentar castrarle al Parlamento la capacidad constitucional de control del resto de los Poderes Públicos.
Una medida a lo África Ecuatorial.
Que desestabiliza por completo el entorno y mete al país por completo en el desconocimiento de las competencias de su Parlamento.
Terminando de desmoronar con un falso manto jurídico el resto de Estado que existe.
Y que como afirma con su kantiana lógica jurídica Beatriz Di Totto, equivale a dictaminar que el Poder Legislativo no existe.
Significa la anulación de las reglas, las convenciones y los procedimientos que regulan la búsqueda y el ejercicio sano del poder político.
Liquidando con un desprecio total por el pueblo la suprema expresión de su soberanía en el voto.
Pero algo más: una sentencia que suma el importante componente constitucional a los otros componentes de la crisis, apresados en un ambiente de creciente deslegitimación precisamente “constitucional”.
Carrasquero y los suyos han abierto en canal la institucionalidad.
Trancando el juego.
Y hay que buscar una forma de barajar esto.
En este escenario todo pareciera estar en manos del azar.
Y nadie que se llame líder se entrega al azar. Nadie en la historia.
Nunca se pone en manos de una aventura.
El trauma de haber perdido aquel referéndum revocatorio de 2004 debe ser superado y sin miedo ponerse al frente de este otro.
Como recordaba aquí Michael Penfold, para las fuerzas policiales y militares, para el Ejército, va a ser cada vez más arduo, complicado y complejo reprimir pues las razones socioeconómicas que justifican la protesta social son claramente legítimas.
Y pueden terminar generalizándose.
Da escalofrío pero es verdad.