¿Quién le tiene más miedo al estallido? ¿El gobierno o la oposición?

Quizás quien le tenga menos miedo sea el Gobierno. Al fin y al cabo su cúpula de excomunistas corrompidos y militares ídem pero pragmáticos, históricamente siempre estuvo al acecho de cualquier revuelta popular para aprovecharse inmediatamente de una ruptura, mentalizada en el protervo culto a la violencia.

¿Y en el caso de la dirección de la oposición, o MUD, por su naturaleza misma, de centro derecha? A la centro izquierda la succionó ese fenómeno llamado Chávez, y lo que quedó, carece de la cultura de los partidos de masas y está conformada por la mentalidad conservadora del partido de cuadros. Gente que no está preparada para períodos de agitación social generalizada como los que se atisban en el horizonte mediato e inmediato, en los que el fracaso de la autoridad establecida se abisma en la posibilidad real de crecientes enfrentamientos y la amenaza de derrumbamiento de esta “normalidad” de cierra el pico.

Un temor lógico y natural que les obliga a voltear la cara al hecho histórico y concreto de que los avances más decisivos de la democracia se han conseguido en medio de la turbulencia, y como resultado de las movilizaciones populares más amplias y la acción colectiva organizada. Con frecuencia, y como lo recogen todos los textos serios: en medio de enfrentamientos públicos de progresiva gravedad y normalmente acompañados de una crisis generalizada. Del fracaso del orden gubernamental. Y en nombre de la resistencia justificada con las formas coactivas de la injusticia, el autoritarismo y la opresión.

Y eso está ahí.

¿Estamos ante la necesidad de un cambio total?

Qué sabe uno. Se decantan los auténticos liderazgos con mayorías fácticas como el de Capriles y Leopoldo, porque (otra vez: cree uno) de alguna manera sus respectivas gestas se terminaron de conectar con lo popular, desde sus respectivas experiencias movilizadoras en multitudinarias campañas electorales presidenciales o, en el caso de Leopoldo, la frontal (focal) pero en franco acompañamiento a la revuelta civil.

Pero, ¿están solos?

Evidentemente, un Leopoldo secuestrado y solo, metido en el fondo de una mazmorra político militar, no termina de sentirse en confianza para afiliarse a una dirección aparentemente trasmutada en un aparato electoral tecnocrático. Mientras que Henrique, más maduro quizás (evidentemente de otro temperamento), al acercarse al desenlace final, más y más se aquilata en su irreductible posición gradualista. Convencido como está, de que “todos los caminos de 2015 conducen a las elecciones parlamentarias”. Leyendo adecuadamente la magnitud de la crisis y evitando el desgaste opositor. Convencido de que “el reto político es saber interpretar, saber leer la realidad y conducirla”. Mientras que a Leopoldo lo castiga la cárcel, la incomunicación y la brutal represión de sus seguidores. Por ahora.

(Como previamente hizo el régimen post 15-A, con todos los miembros del comando electoral de Capriles). Aunque a ambos los imante la idea cierta de que en diciembre se decide el poder político en Venezuela. De que se necesita mayor organización y unidad. Y que se acerca el cambio del ciclo.

Con la certeza de que se ganan las elecciones y al otro día “se abren las compuertas” a los instrumentos de consulta directa, consagrados constitucionalmente, con la esperanza de ahorrarnos el cambio traumático de vuelo corto y con sangre, y sin que se renuncie para nada a moverse.

Una ruta que tiene como conditio sine qua non, la consecución de una ventaja contundente. Que evite el golpe, la ruptura, lo cruento. Para lo que se necesita la presencia activa de los sectores populares que debe expresarse (si no ocurre algún imprevisto antes) con el voto.

Ahora bien, ¿se ha dimensionado también desde la MUD la magnitud de la crisis en que estos comicios van ocurrir? ¿Consideran tal vez que estamos igual de erosionados por la crisis que en 2013-2014 en este 2015, y lo estaremos en 2016? Y otra cosa: ¿Está esta MUD, sólo dotada para la acción electoral, o está en condiciones de conducir tal conflicto?

Oscar Arias, el premio Nobel de la Paz, muy atento a lo que ocurre en Venezuela hoy, alerta sobre el inmenso riesgo de un escenario como el del 6-D, con una elección en un contexto de crisis. Y en la obligatoria comprensión de la necesidad de una misión de observación internacional.

Por otro lado, el FMI advierte sobre esta inflación in crescendo que desbordó el 100 por ciento, y ante la que el Gobierno retiró el mes pasado por segunda vez los ahorros que mantenía en la institución, para convertir en efectivo esos fondos. Y que se requiere de un programa económico (urgente) para terminar este año. El índice de precios crece y crece hacia el espacio sideral, y se hace necesario aumentar el salario por encima del 50% para poder evitar el colapso decisivo.

De ahí y quizás hasta para curarse en salud ante lo que viene, el paquete de medidas económicas inmediatas soltadas públicamente por Henrique Capriles a un Maduro que lo único en lo que piensa es en que lo pueden sacar.

Las direcciones de los partidos de la MUD deben reflexionar hondamente sobre ésta su cultura política de lo predecible, que sólo autoriza futuros conocidos a partir de las repeticiones del pasado, pues su política (quiéranlo o no) se convierte (o se ha convertido) en la maquinaria del mantenimiento y la rutina. Que no funciona cuando las cosas se vienen abajo.

Y el presente es convulso.

CRÁTERES

Hay que tomar consciencia de varias cosas. En síntesis: que las maneras dadas ya no convencen, que el horizonte evidentemente está cambiando y, como dicen, “la historia se acelera”. Colectivamente se respira un “silencio de leones”. Y como decía Capriles, “hay que temerle a esos silencios colectivos”. Porque como en la canción de Héctor Lavoe: “todo tiene su final”. Llega el momento en que la gente se sacude sus incertidumbres y vacilaciones y arroja sus temores a un lado. Y muy de vez en cuando, y generalmente en medio de una crisis más amplia (como esta) las estructuras aparentemente inamovibles de la vida política normal reciben una sacudida. Y como se lee en algunas experiencias pasadas y presentes, las expectativas de un futuro habitualmente lento se abren. La acción colectiva se materializa. Y a veces, explosivamente.

Y se lee en El sueño de John Ball de William Morris: “Pensé cómo pueden (las personas) librar y perder la batalla, y que la cosa por la que lucharon sucede a pesar de su derrota, y cuando llega resulta que no es lo que querían, y otras (personas) tienen que luchar por lo que querían bajo otro nombre”.

Uno cree (dispuesto a equivocarse) que se está trazando un mapa de nuevos territorios de práctica democrática, y que el modelo predominante de movilización política tiene que regresar al liderazgo del partido de masas, no como instrumento de manipulación ni como máquina alejada de las bases. Y advertimos: sin acudir a la clásica imaginería de las barricadas y la insurrección violenta. Pero eso de convertirse en intermediarios del control popular junto al Gobierno, ante este cansancio provocado por las guerras contra los sectores productivos y privados y contra la ciudadanía (a la que se ha querido convertir inútilmente en soldadesca de batallones militares a ultranza), una verdadera “guerra” política y psicológica ha terminado por causar graves daños a este Gobierno terco y obtuso, y todos temen que va a impulsar a un número creciente de ciudadanos a protestar de forma cada vez más radical. ¿Cómo impedirlo?

Aplazar todas las decisiones de movilización pacífica a ver si hay suerte en las legislativas, se antoja como una mera fuga. Quizás se requiera de un replanteamiento, incluso de liderazgo, dándole al (único) existente el peso y el reconocimiento que merece y se requiere, y se exige, más allá de tanta ambición política demodé. Y no se trata de errores de comunicación, la comunicación no sirve cuando no hay nada nuevo que decir, cuando no se quieren asumir responsabilidades y riesgos. ¿Será cierto que vivimos tiempos de revolución, aunque sin revolución, y sin sujeto revolucionario?

Se habla de apatía, y más que de nihilismo postmoderno diría uno, de desencanto de la política presente, porque las élites han malbaratado y malbaratan de forma aterradora toda su credibilidad. La transformación (como decía alguien) hay que encontrarla en el futuro y no en la tentación de buscar refugio en los grandiosos pasados. Hay que sostener la visión de una nación distinta. Y no buscar refugio en la nostalgia. Atrás quedaron las movilizaciones de 2002, las multitudinarias manifestaciones que se echan de menos hoy como demostración del malestar ante la incapacidad del Gobierno, para dar respuesta racional a la crisis social y el deterioro de la institucionalidad democrática, así como a la pérdida de los principios éticos en la gestión gubernamental. Manipuladas al final por un comando de corsarios sin ninguna experiencia ni imaginación política mínima. ¡Qué despilfarro de energía, para terminar de liquidar el momento, entre gallos y medianoche, con aquel idiota manotón católico militar!

Luce como si la oposición no tuviera aún un perfil definido. Henrique y Leopoldo se definen como de una centro izquierda moderna: popular. Aunque el fantasma “antimarxista” del resto se espejea con el “marxista” gubernamental y del PSUV. Y uno cree que esa antinomia, aquí y ahora, no existe. Incluso, aún hoy, cualquier afirmación y hasta convicción que toque lo “popular”, es tildado automáticamente desde el déficit mental de “populista” y ¡Que horror! Confundiendo la gimnasia con la magnesia. Por supuesto: por el claro origen economicista del término.

Son pocos los meses que quedan hasta las próximas elecciones y la situación empeora. Sin la irrupción de una alternativa al viejo enfrentamiento derecha-izquierda por la confrontación de dos vertientes extremas, ambas de mente corta. Y uno cree que la verdadera debilidad de la oposición, de la MUD, proviene justamente de haber eliminado el objetivo de superar el orden vigente. Y limitarse a reclamar justicia. La democracia representativa resulta efectiva (lo reconocen todos), solo si previamente se consigue una movilización social que favorezca que ganen, “no los partidos”, diría alguien, “que al fin y al cabo encarnan el afán de poder de unos pocos, sino aquel que representa a la gente”. Y en lugar de ese planteamiento nacional de fondo, el problema de las inhabilitaciones (como cualquier otro que aparezca) lo van a presentar allá lejos: en UNASUR y la OEA. ¿Y por qué no en la ONU? O, mejor: ¿Por qué no nos compramos un platillo volador?

PRODAVINCI

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