Es probable que muchas de las cosas que consignaré en estas líneas sean conocidas con amplitud por los lectores de El Nacional, dentro y fuera de Venezuela. El nombre de Lorenzo Mendoza, perseguido crónico del régimen, ha adquirido con el paso de los años una importancia creciente en la opinión pública venezolana. Primero, Hugo Chávez; a continuación, Nicolás Maduro; también Diosdado Cabello, que lo tiene como uno de sus objetivos preferidos a la hora de ejercer su gusto por insultar a todo ser humano; además de numerosos funcionarillos que repiten frases desprovistas de todo sentido: todos estos extraviados, una y otra vez, han arremetido contra el ciudadano que lidera Empresas Polar.

Pero no solo en su contra: el radio del hostigamiento se ha expandido a su familia; pero también ha sido ejercido, desde hace varios años, en reiteradas ocasiones, en contra de sus trabajadores, algunos de los cuales han sido detenidos y sometidos a interrogatorios que son el puro absurdo. Interrogatorios de funcionarios que no cuentan ni siquiera con la más básica comprensión de qué trata el flujo productivo de una empresa; por qué la producción masiva debe planificarse; cuáles son las consecuencias de paralizar una línea de producción; las dificultades y los costos implícitos en la reanudación de las actividades. Pasa esto: la naturaleza del esbirro consiste en no escuchar. No le interesa entender. Interroga no para obtener una respuesta, sino para infligir miedo. De eso trata justamente la orden de que unas patrullas del Sebin se instalen ante la vivienda de la familia de Lorenzo Mendoza: quieren intimidarle a él, a su esposa, a sus hijos y al mundo de sus afectos. Intentan sitiar el ánimo del hombre y del mundo que le rodea.

Pero antes de seguir, haré un paréntesis para recordar lo que la inmensa mayoría de los venezolanos sabemos y reconocemos. En primer lugar, que Empresas Polar es, en medio de un país cada día con menos garantías en lo que se refiere a lo alimentario –la realidad es que no hay tal soberanía alimentaria sino una humillante precariedad alimentaria– una de las pocas industrias venezolanas que ha logrado mantener sus capacidades productivas. El país sabe, le guste o no al régimen, que Polar es una de las pocas certidumbres con que la sociedad cuenta para afrontar una posible profundización de la situación estructural de hambre que avanza ahora mismo en Venezuela.

Como marca –ese conjunto de significados, percepciones y emociones que los ciudadanos sienten por ciertas denominaciones– debe ser, así lo creo, una de las más recordadas, apreciadas y reconocidas en nuestro país. Polar tiene lo que muchos políticos quisieran para sí mismos: legitimidad por su acción productiva, respetabilidad por sus programas de responsabilidad social empresarial, aprecio por el modo como Lorenzo Mendoza y el equipo que lo acompaña han ejercido un liderazgo en esta nefasta temporada venezolana.

No creo que sea fácil contestar a la pregunta de cuáles son los principales logros que el liderazgo de Lorenzo Mendoza –como dije, me refiero no solo a él, sino también a su equipo– ha obtenido en los últimos años. No es fácil, porque son muchos y es probable que cada lector tenga su propia opinión al respecto.

En mi criterio, dos merecen mencionarse y destacarse: uno, la gestión de las relaciones con sus trabajadores. Polar no solo es un conglomerado de profesionales del mejor nivel, sino también un compacto grupo de personas que aprecian la organización en la que trabajan y han dado pruebas reales y recurrentes de lealtad, especialmente ante la sistemática persecución del régimen. Creo que son pocos los casos en la historia de la empresa privada en Venezuela en los que los trabajadores asumen como cosa propia una férrea conducta de defensa de la empresa para la que trabajan.

Lo anterior, una realidad a contracorriente en una época en que el régimen ha sido un activo promotor del debilitamiento de la cultura del trabajo, no es un producto del azar: es el resultado de la acción personal de Lorenzo Mendoza. De su actitud como empresario, de su voluntad de comunicar con claridad sus objetivos, de su admirable decisión de seguir invirtiendo y produciendo en el país, de mantenerse al lado de sus trabajadores en las peores circunstancias, de su persistencia en cuanto a ofrecer soluciones a los problemas productivos del país, de su decisión de seguir y no ceder a la coacción de quienes quisieran verle abandonar sus empresas y a Venezuela.

Sobre Lorenzo Mendoza y Empresas Polar han llovido los más disparatados ataques. Se le ha señalado como parte de ese absurdo llamado guerra económica; se le ha pretendido vincular a la política, cuando su verdadera preocupación no es ni ha sido otra que la de producir; se le ha señalado de promover actividades que son contrarias a las más elementales lógicas de la exigencia productiva. Pero todo esto ha sido en vano. No han logrado desacreditarlo ni crear dudas en cuanto a sus propósitos. Lorenzo Mendoza ha reivindicado la dignidad y el lugar que debe ocupar el empresario en una sociedad de libertades y oportunidades. Ello le hace destinatario de la gratitud de la inmensa mayoría de los venezolanos.

EL NACIONAL

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