Dado el acelerado ritmo que han tomado los acontecimientos desde la semana que acaba de transcurrir, pareciera haberse materializado la decisión por parte de la MUD, de asumir una vía más consistente, más sólida, ante lo perentorio.
Lo impostergable.
La alianza puso el lunes sobre la posibilidad real de una agenda nacional, anunciada con la presencia de los jefes de los partidos políticos y las esposas de los presos que mantienen en peligro su vida en la huelga de hambre, agenda que supondría las últimas esperanzas para rescatar a los huelguistas de una muerte anunciada, en la personalidad del santo Papa.
La estrategia se articulaba con otra en la que setenta países acababan de pedir al Vaticano que mediase por los presos venezolanos cuando dialogara con el presidente Maduro, el cual, inesperadamente ha cancelado su viaje, anunciando una fuerte virosis. La reunión era calificada internacionalmente como de “oportunidad histórica”, en la solicitud de un golpe de timón, dada la ausencia de respeto por parte del gobierno a las reglas elementales de la democracia, que han hecho que en el país “los puentes de entendimiento se encuentren rotos”.
No obstante el viaje de Maduro, la gravedad de la situación mantiene la oportunidad de trabajar unidos: la Conferencia Episcopal Venezolana exhorta a que se apruebe una Ley de Amnistía. También hoy debe llegar al país el ex presidente Felipe González, declarado persona non grata por el Gobierno, dado el arrinconamiento mundial que tal visita expresa, y el compromiso personal y político que se asume al intentar participar en el juicio como apoyo directo, político y jurídico, ante la sevicia con que se maltrata a los prisioneros, sobre todo a los huelguistas.
De manera que son demasiados los condicionamientos internos y externos que presionan una respuesta más contundente, o por lo menos de corpulencia similar a la que internacionalmente se está ejerciendo sobre el régimen.
Un prisionero como Daniel Ceballos, que ya cumplió su pena de año y pico por desacato, y al que le inventaron un nuevo caso para alargar su cautiverio, lleva como catorce días sin comer –junto a Leopoldo López, que le sigue solamente con dos menos– ha perdido más de doce kilos y a punto de colapsar corre el peligro cierto de morir, y al que ni siquiera ante el requerimiento del Alto Comisionado de Derechos Humanos de la ONU, ha logrado que lo pongan en libertad, es la expresión más enfermiza de un régimen que se caracteriza por su encarnizamiento, por su crueldad.
Se recuerda que ya a un Chávez obcecado por su visión militar y guerrera del otro, se le escapó de entre las manos otra de sus víctimas, el dolorosamente inolvidable Franklin Brito, tras decidir traspasar los límites de su dramática huelga de hambre (sólo ingería agua, como Ceballos) el 30 de agosto de 2010, reduciéndose a treinta y ocho kilos de peso, y una masa corporal de menos del diez por ciento.
Torturado psicológicamente y privado de todos sus derechos.
¿Vale la pena preguntarse si es oportuna o válida la huelga de hambre de estos compatriotas, en la actual coyuntura? Es decir, ante unas elecciones parlamentarias ineludibles, y que pueden ganarse, como lo he oído.
No. No lo creo. Lucen superfluas y quizás hasta similarmente crueles, cuando la inhumanidad roza otro linde. El de la atrocidad. La barbarie.
¿Puede soportar el país este exceso de brutalidad, sin moverse?
CRÁTERES
¿Cuál, se preguntan todos, es el problema de fondo, que impide a esta dirección política opositora convocar a una concentración general contra el Gobierno y su absoluta falta de soluciones ante la crisis, y, por supuesto, exigir la libertad de todos los presos políticos? ¿No se puede levantar orgánica y estratégicamente la voz, desde las capitales y alcaldías del país, los gremios empresariales y laborales, desde los sindicatos y las universidades, la Iglesia y las principales personalidades del país?
Como es el clamor ciudadano, aquí hay un país que se está desangrando por la escasez, el asesinato, el desempleo y los secuestros, por la delincuencia organizada y los colectivos oficialistas a los que se estimuló desde el poder a atacar al resto de la ciudadanía, como los de la Cota 905, con armamento superior al policial, o los que en el municipio Mario Briceño Iragorry de Aragua atacaron y arrojaron a periodistas y funcionarios por las ventanas desde los pisos altos. Si los dirigentes políticos no se acercan, no se articulan con eso, y no se hacen legítimos representantes de los sinsabores de la crisis, no van a lograr vincularse con la gente.
La gente está ansiosa, ávida de ser acompañada en su sufrimiento, sus inquietudes. Está necesitada de apoyo y soporte: el venezolano se siente desguarnecido de protección política. ¿Qué impide que tanto Julio Borges como a Henry Ramos y el resto de los altos dirigentes de la MUD, junto a Capriles y Leopoldo López o quien fuera de la cárcel dirija o lidere Voluntad Popular, construir una ola pacífica nacional? Es cierto: en el subconsciente todos sabemos de qué somos capaces. ¿Es miedo a eso que llaman el ridículo y que uno imagina que en su experimentada madurez ya deberían haber superado? ¿Miedo a promover acciones legítimas que puedan fracasar? Es necesario incluso, incluir en el llamado al chavismo inconforme, no madurista, que en la última encuesta de la UCAB conforma un 12%.
Mirarse en el antecedente: Una generación como la de los fundadores de la democracia atravesó el desierto por lo menos 25 años desde Barranquilla al 58, y llegó al poder en el 45. Y la prepotencia del ejercicio sectario y hegemónico del poder les obligó a soportar 10 años más de dictadura militar, para al fin escarmentar y darse cuenta de que sólo unidos se podía establecer institucionalmente la democracia en el país. Si teniendo la posibilidad de volver a implantar con AD la hegemonía de un partido único, al estilo del PRI mexicano, Rómulo Betancourt no lo hizo y promovió la alternancia, ¿qué nos impide asumir en toda su magnificencia histórica y ciudadana este ejemplo de desprendimiento y de compromiso partidista y personal con Venezuela, y darnos cuenta de que vivimos una etapa parecida en la que si no vamos unidos de verdad, en una sola línea y compactos, no hay manera de gestionar cualquier triunfo?
¿Cómo hacer para que demos ese paso, y que no le estemos echando la culpa permanentemente al Gobierno y la hegemonía comunicacional, sino salir a la calle y convivir con la gente? Vivir su penuria. A su lado. Que la gente vea que no son solo políticos de salón. Y responderle todas sus preguntas, como qué hacer con un futuro posible. Cómo gobernar. ¿Al estilo chavista, polarizando con nosotros mismos? ¿Con el tú no vas a tener presencia sino yo? ¿Con la intolerancia a flor de piel y enfermando no solo ante el Gobierno sino dentro de la misma oposición?
Como es la convicción nacional, producto de la experiencia de tantos años, (nuestros dirigentes) “Se mueven en espacios cortos, por etapas, y son incapaces de una visión de amplitud y de distancias largas. No son capaces de tirar una bola lejos. Se mueven como con grillos en los pies”.
¿Cómo cambiar la imagen de que tenemos un liderazgo tipo metro cuadrado? Que está montado en una política simbiótica (simbólica) con el Gobierno? ¿Con una agenda que siempre es la que le impone aquel, que sabe que está muerto en las encuestas y con una economía hecha trizas sin saber qué inventa, y al que nada le sale bien, menos hacer política?
Ojo: El Gobierno es cada vez más impopular. Y la gente confía en el voto (86.5%: Pase lo que pase votaré). (83.7%: llegamos con votos y saldremos con votos. Si vota mucha gente no hay trampa que valga: 78.5%).