Estáis en plena cena y la discusión gira alrededor de la comida del domingo en casa de tus suegros… entonces estalla la crisis. “Las discusiones forman parte de la vida familiar. No hay que hacer un drama de ello”, asegura Didier Pleux.

Un simple desacuerdo no traumatizará a tus hijos, pero ocultarlos no es la solución. Lo mejor es hacer un buen uso de las disputas. Si se tornan demasiado violentas o crónicas, hay que ponerles freno.

Las discusiones son inevitables

Las discusiones puntuales demuestran que todos somos humanos. Y papá y mamá, también. Podría decirse que son casi inevitables. ¿Cómo sino podríamos hacer frente a las dificultades y obstáculos que nos encontramos a diario? “Es mejor decir las cosas que pecar de falta de personalidad”, explica Didier Pleux.

Hoy en día, con la excusa del bienestar de los niños, se tiende a culpabilizar a los padres, a quienes muchos incitan a evitar cualquier tipo de discusión que pueda tener un impacto negativo en sus niños. Sin embargo, las discusiones tan solo revelan un conflicto existente en el seno de una relación.

El truco consiste en aceptarlas para entender la verdad de cada uno y encontrar así el equilibrio entre ambas partes. “Negar una discusión es sinónimo de una vida aséptica, donde todo esté bajo control”, previene nuestro experto. Cuando discutimos, no hace falta hacer un drama de ello. Al revés, es necesario explicar a los hijos que pasan por algo; que papá y mamá no están de acuerdo en cierto punto y que, cuando eso ocurre, ambos buscan una solución.

Discusiones coléricas delante de los hijos

Algunas discusiones pueden degenerar y tornarse “violentas”. Cuando la cólera está demasiado presente, a veces surgen palabras y gestos inoportunos, o fuera de lugar. “Son discusiones que suelen comportar agresividad, tanto verbal como física”, previene Didier Pleux.

Este tipo de discusiones sí pueden impactar al niño de forma negativa. “Aunque no estén dirigidas hacia él, este se sentirá culpable, o incluso obligado a tomar partido por uno de sus padres”, añade nuestro experto. En cualquier caso, le genera mucha angustia, sobre todo en la primera infancia, y hasta adolescencia, donde no es lo bastante maduro como para analizar la situación.

Decir qué está pasando es indispensable, pero no suficiente. Es importante que los padres aprendan a gestionar esta relación “colérica” e intenten encontrar un mayor equilibrio emocional.

Discusiones crónicas delante de los hijos

El programa de la televisión, vaciar el lavavajillas, llegar tarde sin avisar… Cualquier cosa es objeto de desacuerdo y, al final, las discusiones se tornan crónicas y permanentes. ¡Es insoportable!

Si bien no expresar las diferencias es nocivo para la vida familiar, a la inversa, dar vía libre al pensamiento crítico en presencia de los hijos es terrible. “Suele ser una señal de intolerancia a las frustraciones que provoca la vida en familia”, explica Didier Pleux.

Molestarse por todo y por nada es un gesto egocéntrico. Los riesgos son reales ya que, actuando así, los padres transmiten una visión de la vida difícil y complicada.

El niño puede llegar a refugiarse en un mundo virtual menos problemático y más lúdico para protegerse. Saber qué se esconde tras esas discusiones crónicas es fundamental: una terapia en pareja puede ser la solución.

C. Maillard

DOCTISSIMO.ES

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