La vida pasa muy deprisa y hay muchas cosas que podrían haber sido y no fueron. No hay tiempo físico de tener todo lo que alguna vez hemos deseado, y no podríamos manejarlo ni aunque nos lo pusieran en las manos envuelto para regalo. Sucede con las metas en general, los trabajos y también con el amor. La cultura dominante, y quizá la propia biología, nos da a elegir sobre todo entre tres opciones: la monogamia total, que a menudo es lo más sencillo al principio de la relación, la infidelidad más o menos “grave” o la soltería, promiscua o no, sin compromiso con nadie.

Hay casos que no entran en esta clasificación y que tampoco están exactamente incluidos en el término de moda sobre relaciones, el famoso ‘poliamor’. Nos referimos a personas que tienen una relación estable, o una vida en la que no cabe ninguna estabilidad, pero no pueden evitar tener a alguien “en reserva”. No nos referimos a fantasías imposibles ni a imágenes masturbatorias, sino a algo que sabemos que “podría ser”, si el destino o las circunstancias no lo hicieran tan desaconsejable. Alguien con quien nos comunicamos de una forma que los puristas jamás llamarían amistad a secas.

Un estudio reseñado en ‘Psychology Today‘ por Joseph Nowinski, sugiere que, entre los jóvenes, es mucho más habitual vivir con una o varias de estas “recámaras” que con ninguna, y que ahora, gracias, o por culpa, de internet, este tipo de relaciones se explicitan mucho más. Hace unas décadas, decidirse a escribir una carta o, aún más arriesgado, llamar por teléfono, requería tiempo y resultaba muy comprometedor. Internet hace mucho más fácil dejarse llevar por los impulsos, lo que resulta más divertido y peligroso.

Los psicólogos autores del estudio, Jason Dibble Michelle Drouin, han preguntado a 374 jóvenes, chicas y chicos, con una media de 21 años. Algunos dijeron que estaban en una relación romántica exclusiva y otros no. Completaron cuestionarios sobre su uso de los móviles y las redes sociales, porque el objeto del estudio era la ‘computación en el comportamiento humano’ (‘Computers in Human Behavior’). Los que tenían pareja contestaron preguntas sobre su nivel de compromiso, dijeron cuántas de estas “balas reservadas” había en su red de contactos en Facebook, Twitter, etc. y valoraron la “calidad” de cada una de ellas.

Ese criterio, la calidad, estaba definido así: “personas que no son mi pareja con las que podría apetecerme tener una relación“. Es decir que, como dice Nowinski, la temperatura es cuando menos tibia. En este grupo de amistades con calorcillo, se vio que los jóvenes usan mensajes de texto, Facebook y a veces llamadas de teléfono para mantener el contacto con sus efectivos en reserva y que el número medio de su ejército de reemplazo era, nada menos, de cinco personas y media.

¿Quiénes son los raros?

Estas relaciones que, de cara a la galería, no lo son, no necesitan romanticismo (añadimos: aunque solo sea por preservar la salud mental), pero son como mínimo amistades platónicas. Y aunque los investigadores partían de la hipótesis de que los individuos con novio o novia dirían tener menos recámara que los solteros, resultó que los números eran iguales para los dos grupos.

Además, el número total de las recámaras confesadas es independiente del nivel de compromiso que se siente hacia la “pareja primaria”. Lo que sí parece cambiar es el número de “recámaras de calidad” dependiendo de cuántas recámaras en total existan: a más amistades especiales, más opciones de considerar a alguna de ellas una posible relación seria. Es decir, que “tontear” con muchos no significa tontear más superficialmente. Cuantos más cántaros llevemos a la fuente, más opciones de que alguno lleve H2O de la buena.

La conclusión más importante es que el fenómeno está en auge, y seguramente es bastante mayor que en las generaciones anteriores. No quiere decir que los jóvenes sean más promiscuos (de hecho parece que es justo lo contrario) o que sean más infieles sexualmente. Es solo que tienen un abanico más amplio a su alcance y que pueden comunicarse con él sin dejar, en palabras de Nowinski, un rastro de papel.

Esta última es la explicación principal que dan los investigadores a los resultados -la recámara siempre ha existido pero ahora es más fácil esconderla-. Y es cierto que, aunque hay alarma sobre la pérdida de intimidad en la vida moderna, llevar una doble vida es más sencillo que nunca con las nuevas tecnologías: cambiando el nombre de la persona en la agenda, por ejemplo, o metiéndola en listas secretas en Facebook.

El doctor de ‘Psychology Today’ achaca el número sorprendentemente alto de posibles parejas no tanto al engaño como a que ha cambiado la escala de valores y ahora esa apertura personal está mejor vista. No sabemos cómo resultaría la cosa si el estudio fuera con gente de 30 a 60 y tantos años, pero hemos recabado un par de testimonios interesantes sin ningún tipo de rigor científico.

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