Los homicidios que han ocurrido dentro del mercado este año (ocho según cifras de los funcionarios policiales) dejaron de asombrar, y ahora son parte de la cotidianidad de los trabajadores. Son ellos las víctimas potenciales.
Los heridos son muchos y no se contabilizan. “Parece ser una rutina”, dice un empleado del área de hortalizas que se pasea por las instalaciones con un cuchillo en el cinto.
Es un arma de trabajo y, a su vez, la defensa directa cuando toca medirse con el enemigo.
Es común ver a los carretilleros y ayudantes de camiones usar cuchillos de todos los tamaños, pues cortan sacos y sacos de hortalizas, frutas y verduras todos los días.
“Aquí el que decide trabajar tiene que cumplir normas”, explica el trabajador.
Y es que gran parte de los obreros son jóvenes entre 16 y 30 años. Hay muchos menores de edad, de esos que buscan sustento económico y alimentos para llevar a sus casas.
Aunque el trabajador no quiso revelar las normas, solo asomó un panorama oscuro.
“Cada quien cumple su horario y hace lo suyo. Aquí no podemos estar metiéndonos en problemas con nadie. Si uno peca, sabe lo que viene. Es mejor no hablar para que no te silencien”, dijo. Nada más claro que eso. Es una evidencia de las mafias que controlan el mercado de mayoristas, que se pasean desde las cúpulas de seguridad hasta los mismos comerciantes.
No se supo con exactitud cuántas bandas organizadas manejan el comercio interno dentro del mercado.
Entre las caminerías y espacios de ventas se habla de dos: una comandada por funcionarios de seguridad y otra por un grupo de vendedores.
Cada una, según las conversaciones sostenidas con trabajadores no identificados, tiene líderes y vigilantes.
“Hay muchos que pasan el día vendiendo mercancía en la entrada del mercado, pero realmente están vigilando a quienes entran y salen, les ven el aspecto y lo que hacen. Cuando se duda de alguien, enseguida lo frenan para interrogarlo”, confesó un informante.
Los pagos
Todo el que trabaje en el mercado está obligado a dar una “colaboración”.
Ese dinero, que se pasea por distintas cuotas, es utilizado, presuntamente, para “garantizar la seguridad de las instalaciones, más allá de que exista presencia de la Guardia Nacional Bolivariana.
Comerciantes y ayudantes de camiones deben pagar por estar allí. “Dicen que los pagos son buenos, entre 2 mil y 10 mil bolívares”, lanzó un obrero.
No les gusta hablar del tema porque temen represalias.
No en vano Arnaldo Arteaga, de 21 años, fue asesinado el 1 de febrero de este año cuando estaba descargando un camión.
Le dispararon por la espalda delante de muchos. El joven fue llevado al Hospital de Coche, ubicado al lado del mercado, pero llegó muerto.
“Casos como ese hay muchos. Por eso uno evita roces aquí”.
Pero a los comerciantes también les llega su hora, así como ocurrió con Alexander Chávez Sifontes, de 43 años, quien recibió cuatro impactos de bala cuando se opuso a entregar el dinero en efectivo que tenía encima, además de su camión cargado de hortalizas.
A él lo mataron el 18 de febrero de este año en horas de la noche. Varios sujetos le ordenaron entregar todo, pese a tener 18 años laborando allí y ser conocido. Ese tiempo no valió el perdón a la deuda.
Carlos Alberto Cova, de 49 años, también fue sumado a la lista de víctimas el 23 de marzo de este año.
Lo apuñalaron por negarse a entregar 100 mil bolívares en efectivo que tenía encima ese día. A sus homicidas no les importó que estuviera atendiendo clientes cuando llegaron a cobrarle la deuda. Y así pasan los días de trabajo y de violencia.
El 6 de abril fueron tres homicidios más los que engrosaron la lista. Dos adolescentes, de 16 y 17 años, ambos carretilleros, fueron atacados en horas de la madrugada. A uno lo apuñalaron y al otro lo tirotearon.
Minutos después, un hombre resultó herido de bala en el pecho cuando llegaba a realizar compras. Las riñas por el control interno dejan huellas. Gana el que tenga poder.

EL UNIVERSAL 

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