Delincuentes con armas largas  ingresan con bolsas negras para arrasar con la mercancía en locales de venta de ropa y bisutería

 Han transcurrido cinco meses desde que Wilfredo Molero (nombre ficticio para proteger su identidad) vendió su negocio en Candelaria, en el centro de Caracas. Tenía un restaurante que permaneció abierto más de 40 años. La crisis económica y las dificultades para comprar los insumos no impulsaron el cierre, sino los cinco robos de los que fue víctima dentro del local en menos de un año. La última incursión delictiva fue en mayo, cuando cinco hombres que se hicieron pasar por clientes ingresaron y se sentaron en una mesa. Luego de probar el menú que habían pedido, uno de ellos se acercó al cajero, sacó un arma y lo obligó a que le entregara el dinero.“Debido a este episodio, tiré la toalla y puse el negocio en venta. Al mes lo compraron y en diciembre me voy del país para comenzar de cero en Chile. Aunque no seré el dueño de un local como acá, estaré en un lugar que me brinda más seguridad”,  dijo la víctima. El negocio de Molero forma parte de un promedio de 200 locales comerciales, entre restaurantes y establecimientos de ropa y calzado que, según el coordinador del Frente Norte de Candelaria, Carlos Julio Rojas, han cerrado porque han sido asaltados.

La mayoría de las víctimas no se atreve a denunciar por temor a represalias, pues los delincuentes los tienen amenazados.

De acuerdo con un funcionario de la División contra Robos del Cicpc, solo llegan al despacho ocho denuncias mensuales de asaltos dentro de los locales en esa parroquia. “Los delincuentes son de la zona, tienen conocimiento de quiénes son los dueños de los locales, a qué hora abren y cierran los negocios. 90% de los asaltantes proviene de los edificios que han sido invadidos en la zona en los últimos 10 años”. La policía no puede hacer nada, dice.

Hay 31 torres que han sido blanco de invasiones en Candelaria. La toma más reciente, según Rojas, ocurrió hace tres meses en el edificio Cine Rex, entre las equinas de Chimborazo a Teñideros. Cerca de 50 personas que integran un colectivo se instalaron con la excusa de crear una fundación de tipo social.

Simultáneamente a la invasión, los asaltos dentro de los locales con armas automáticas también se dispararon. La propietaria de una tienda de ropa denunció que cuatro personas, que provenían de esa torre, ingresaron a su local hace tres semanas y se llevaron la mercancía y más de 15.000 bolívares de la venta del día. “Me advirtieron que si denunciaba no lo iba a contar”, declaró.

Nueva modalidad. Al acoso de los colectivos se le suman las bandas que operan en la zona que han impuesto un nuevo modus operandi. De acuerdo con una comerciante de la esquina de Miguelacho, los delincuentes ingresan los sábados entre las 9:30 am y las 10:00 am, cuando comienza la jornada laboral. Algunos portan armas largas, someten a los encargados y los llevan al almacén para neutralizarlos. En lugar de agarrar el dinero en efectivo, usan bolsas negras para arrasar con la mercancía porque saben que la mayoría de los clientes pagan con tarjetas. “Nos amarraron y los hombres no tardaron más de 10 minutos en tomar las prendas de vestir. Esta modalidad se ha impuesto en los negocios de ropa y bisutería”, explicó la mujer.

Estar seguro tiene precio

“Buenos días, señora, ¿usted se siente segura? Si quiere puedo pasar por su negocio entre las 9:00 am y las 12:00 del mediodía para mantener a los malandros a raya. Esto le cuesta 3.000 bolívares semanal”. Esta fue la propuesta que le hizo un funcionario de la Policía Nacional Bolivariana a la propietaria de un centro de navegación de la zona para proteger el negocio del acoso del hampa. La comerciante no aceptó porque no estaba en condiciones de pagar esa cantidad y dos semanas después del ofrecimiento, su local fue asaltado. Se llevaron varias computadoras y las fotocopiadoras. “Estoy segura de que es una represalia”, dijo la mujer.

Un poco más abajo se encuentra un negocio de víveres que a veces le despachan productos de la cesta básica que escasean. Su dueño se ve obligado a pagarle a un colectivo una mensualidad para que eviten desórdenes en las colas. Además, debe apartarles de forma gratuita varios alimentos, así como dinero a los funcionarios de la GNB para que compren desayuno, a cambio de que resguarden los alrededores del local.

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EL NACIONAL

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